Monday, October 03, 2005

PACHA PULAI, LA CIUDAD DE LOS CÉSARES.

Algunos la ubican al centro de la soledad Patagónica de Chile, otros precisamente en las inmediaciones de Aysén o en la Isla Grande de Chiloé. Se dice que sus habitantes la construyeron a partir de una enorme plataforma de oro, que quedó al descubierto de los naturales de la región después del formidable cataclismo geológico, cuando surgió la tierra hundida de sus valles, los tajos abiertos de los ríos, los inmensos fiordos y los estuarios. En la región misma a Pacha Pulai la ubican entre los lagos Nahuelhuapi, por el norte, y Viedra, por el sur.
El jesuita Nicolo Mascardi fue el primer explorador que nos hizo conocer datos más precisos de la Patagonia al tiempo que proporciona noticias de la flora y fauna: en 1662 fue nombrado rector del Colegio de los Misioneros de la ciudad de Castro, situada en el archipiélago de Chiloé. Allí se topó con un grupo de indígenas Puelches, indios patagónicos capturados, encarcelados y hechos esclavos porque se sospechaba que ayudaban a los Araucanos en las guerras que éstos libraban contra los españoles. Por los Puelches se enteró de la existencia en la Patagonia de una fabulosa ciudad, más rica que ninguna, fundada por los sobrevivientes de ciudades que los españoles habían establecido en Chile y que habían sido destruidas por los Araucanos, más otros sobrevivientes de naves naufragadas en el Estrecho de Magallanes. Mascardi hizo liberar a los indios; decidió reconducirlos él mismo a sus tierras y buscar la mítica Ciudad de los Césares. En 1669, acompañado por los Puelches y por algunos indios Poyas, ya civilizados, dio inicio al primero de sus cuatro viajes patagónicos. Atravesó la cordillera y llegó a las orillas del lago Nahuel-Huapi, hoy en territorio argentino, donde creó una misión y se dedicó a enseñar a los nativos. El mismo año emprendió otro viaje. Atravesó las faldas orientales de la cordillera y parece haber logrado llegar hasta el Estrecho de Magallanes. En 1671 exploró las pampas de Buenos Aires y luego atravesó la cordillera por la parte localizada más al sur de su primer viaje; llegó hasta las costas del océano Pacífico. En 1672, acompañado por numerosos indígenas con sus caciques, logró descubrir el abandonado caserío construido por los marinos ingleses de la exploración de John Marborough, que había desembarcado en 1669 en Puerto deseado -en la actual Patagonia Argentina- y tomado posesión de aquellas tierras en nombre del rey de Inglaterra. Desde allí volvió a su misión en Nahuel-Huapi, atravesando las vastas llanuras patagónicas, donde vivían numerosos grupos de indios salvajes. Antes de iniciar su cuarta expedición, en 1673, Mascardi envió a sus superiores de los jesuitas una “relación” de sus trabajos y una carta de agradecimiento al virrey del Perú, el Conde de Lemos, que le había enviado donaciones para la capilla de su misión. Acompañado por indios Poyas, llegó al paralelo 47° de latitud, pero allí fueron atacados por una turba de salvajes que les dieron muerte.

Los apuntes del jesuita Nicolo Mascardi fueron usados por el padre Diego Rosales, superior de la Orden entonces, y autor de la “Historia del reino de Chile”, para escribir su biografía: “Vida de Mascardi”. En su obra “Mundus Subterraneus” el religioso Atanasio Kircher basa varias páginas en datos que obtuvo Mascardi y que se refieren a la altura de los Andes, los ríos y los lagos, los estrechos, desiertos, volcanes y mareas. Guillaume de L'Isle usó más tarde esta misma información para realizar los “Mapas del Paraguay, de Chile y del Estrecho de Magallanes”, publicados en 1708.
Se dice que algunos aventureros que han llegado hasta los muros de Pacha Pulai, han perdido sus facultades mentales y luego perecido vagando sin descanso por los inhóspitos parajes cordilleranos. Nicolo Mascardi entregó su vida en la búsqueda. Sin embargo, otros han tenido la suerte de traspasar sus muros, y salir sanos, de otra manera nada se sabría de esta ciudad fabulosa. Por las referencias, se sabe que la Ciudad de los Césares es maravillosa y de una suntuosidad y riqueza indescriptibles. Todo en ello es oro y metales y piedras invaluables, desde las murallas que la custodian circundándola hasta el pavimento de sus calles; siendo lo más gracioso y sobrecogedor su catedral de cuatro torres, cuyas cúpulas preciosas irradian reflejos tan potentes de luz que aclaran toda la ciudadela. Esta iglesia posee una campana gigantesca; son tales sus dimensiones que si llegara a repicar se escucharía en el mundo entero y sus vibraciones reducirían a polvo las cordilleras más altas de la tierra. Por esta razón permanece silenciosa y así continuará hasta el día del juicio final. Sólo ese día tocará a vuelo para que acudan al lugar todos los mortales a conocer la Ciudad de los Césares, que está ubicada sobre una suave colina (que así semeja la plataforma de oro) en cuyas faldas se encuentra un lago de aguas azules y tranquilas. Sus habitantes son hombres y mujeres comunes y corrientes que viven felices porque nada les hace falta, todo es abundancia allí a pesar de que nadie trabaja. Ellos no saben de enfermedades, nadie nace ni muere, por lo que sus pobladores son los mismos que construyeron Pacha Pulai, que nunca envejece al igual que sus habitantes.
El conocimiento del sitio, al parecer tiene su origen histórico en un hecho protagonizado por el capitán Francisco César en 1528. En aquella época, el capitán Sebastián Cabot, marino veneciano al servicio de España, poco antes de partir a las minas del río Paraguay, autorizó al capitán César para que en compañía de catorce soldados fuera a descubrir las minas de oro y plata que al parecer existían tierra adentro. César partió en noviembre de 1528 desde el fuerte Sancti Spiritus, que fuera construido por Cabot a orillas del río Carcaraña. Para cumplir mejor su cometido, dividió su gente en tres grupos que partieron por puntos distintos. Dos meses después, en febrero de 1529, regresó César con siete de sus compañeros cargados de oro y plata, y hablando maravillas acerca de las fabulosas riquezas que existían en un lugar que habían visitado. De lo que ellos contaron sólo se sabe que trajeron oro. Conociendo esta maravilla se explica el sinnúmero de expediciones organizadas desde entonces para alcanzarla.
En Aysén, especialmente, la búsqueda de la Ciudad de los Césares está bien documentada. Existen muchos diarios y memorias de viaje que nos hablan de aquél sitio fabuloso, desde que por primera vez, allá en 1558, fuera visitada la región por la expedición de Juan Ladrillero: el navegante encontró en los indios Chonos los mejores prácticos que se necesitaban para navegar esos canales. Y fueron los indios Chonos los que aconsejaron al sargento español Bartolomé Díaz Gallardo en 1674 a cruzar el Istmo de Ofqui, llevando a la rastra sus canoas y lanchones. Vencido el Istmo de Ofqui, tenían la ruta abierta hacia el sur y entonces surgió la idea de un canal que uniera el Golfo de los elefantes con la laguna San Rafael y el Golfo San Esteban. Se navegaría así por canales abrigados sin tener que desafiar la furia de las aguas en el Golfo de Penas. Entonces, no encontraron la ciudad maravillosa, pero abrieron nuevas rutas. Un monje noventa años más tarde volvería a repetir la hazaña: el fraile José García con tres piraguas cruzó el Istmo buscando almas para salvarlas para Dios. En 1786, un progresista gobernador de Chiloé confió una expedición a José de Sotomayor y a Francisco de Machado como piloto, para que siguiesen la ruta que actualmente siguen las naves que van y vienen de Punta Arenas; la orden era que ubicasen a supuestos invasores ingleses que habíanse instalado en las tierras del rey de España, pero a estos exploradores les causó terror la idea de costear la Península de Taitao y cruzaron el Istmo de Ofqui a pie, orillando. Sólo en 1792 se organizó la primera expedición científica a la zona, la del piloto Moraleda, que abrió el sendero a exploradores ilustres como Fitz Roy y Charles Darwin, que se mezclaron en la región con los aventureros de tomo y lomo, que francamente andaban en búsqueda de la Ciudad de los Césares, toda de oro. Uno singular fue Juan García Tao, que con tres lanchones y unos cuantos remeros partió hacia el Archipiélago de los Chonos, perdiéndose largo tiempo en la región. Comían lobos marinos y se guarecían de los temporales y la nieve en ellos mismos. Cuando pudo llegar de vuelta, sin que muriera uno solo de sus hombres, Juan García Tao aseguró que existía la Ciudad de los Césares, pero que él no había podido llegar.
Entre otros pioneros exploradores que fueron por Pacha Pulai, también se recuerda a Fray Norberto Fernández y el Mocho Felipe Sánchez, que dejaron atrás la costa remontando un río feroz: el Palena. Fueron derrotados por el hambre y regresaron al norte asegurando que habían estado por unos valles paradisíacos, repletos de oro, pero casi nada de alimento. En 1870 la Armada de Chile envía al capitán Enrique Simpson en la corbeta Chacabuco; en Melinka embarcan a un cazador de lobos, experto en la navegación en la zona, y recorrió todos los canales encontrándose tanto en las Guaitecas como en las islas de los Chonos una actividad increíble. Dice en su Diario que “más de cinco hacheros y sus gentes talaban los bosques sacando durmientes para los ferrocarriles de Chile, Perú y Argentina. Más de doscientas embarcaciones recorrían esos canales transportando los durmientes.” Simpson declara haber visto inmensas focas, que también eran masacradas por las hachas: “Pudimos comprobar cómo aquellos territorios que parecían un paraíso se convertían en un infierno. En una de las incursiones por los ríos descubrimos a dos infortunados hambrientos, semidesnudos: eran dos hacheros que habían huido de un campamento. No es que buscaran la Ciudad de los Césares, los pobres buscaban su liberación. Los campamentos de explotación de bosques son verdaderas colonias penales, y los infortunados se habían enganchado en ese sistema brutal: cada empresario maderero tiene unas tiendas de “rayas”, donde los hacheros reciben créditos al empezar la temporada; después tienen que trabajar y sufrir lo indecible para pagar lo adeudado. A los rebeldes se les envía a la intemperie, que aquí es como la muerte. Aspiran a enriquecerse rápidamente; talan los bosques con la misma furia implacable como exterminan focas y lobos marinos. Encontramos, además, algunos ejemplares de ciervos. Pero lo más sorprendente fue encontrar restos en los bosques de Aysén, de una población de blancos que, por alguna razón, huyeron de la civilización para encerrarse en estas soledades donde viven como nómadas. Si se les pregunta que qué están haciendo en el lugar, responden que esperando encontrar la Ciudad de los Césares.”
Para el viajero a Pacha Pulai cualquier época es buena. Debe saber que todo el sur de Chile son cerros y alturas de la Cordillera de la Costa, sumergidos en el mar por un fabuloso cataclismo. Desde el cerro San Valentín, en la laguna San Rafael, baja un ventisquero de más de cuatro mil metros de altura: en los días de sol es un río de oro que cubre y refleja las extrañas construcciones naturales de rocas, que parecen una ciclópea ciudadela tan deslumbrante que obliga a alejar la mirada.
© Waldemar Verdugo Fuentes.