Monday, October 03, 2005

ARYANA VAIJI.

Es una ciudad viva, como un animal, que tiene por misión custodiar el Grial. El doctor Jung decía que el Grial era un arquetipo, una exteriorización de eso que él llama el “Sí-Mismo”, la totalidad de la persona, un punto equidistante entre el Inconsciente y el Consciente. Tradicionalmente, el Grial tiene orígenes desconocidos, así como no sabemos quién construyó Aryana Vaiji. Al Grial se le ha identificado con esa “piedra de la lluvia” que Noé salvara del Diluvio, es el “Talismán” que detiene las aguas desbordadas; también se le identifica con los mongoles llaman “Yedeh” y los árabes “Hajar-al-mater”. Para los arios, que serían los últimos pobladores conocidos de Aryana Vaiji, es “la piedra donde se grabó la ley” de la raza hiperbórea. Investigadores posteriores, siguiendo la ruta del Grial, afirman que Aryana Vaiji no despareció en la Era Glacial que tragó hiperbórea, simplemente es que cambió de lugar: el Grial que se busca en la edad Media es considerado Santo por su transformación de “piedra” en “cáliz”, el que habría recibido la sangre de Jesucristo, al ser herido por el costado por la lanza, en la cruz; es el que buscan los caballeros de la Mesa Redonda, los Templarios y los peregrinos de la Edad Media. Se sostiene que los Cátaros, en su castillo de Montségur, en el sur de Francia, habrían salvaguardado el Santo Grial, que es ocultado en una caverna de los Pirineos en el siglo XIII. Su búsqueda de cientos de años habría tenido fin cuando, en el siglo XX lo encuentran exploradores nacionalsocialista a las órdenes de Hitler, quien, al derrumbarse su imperio del tercer Reich -según afirman varios investigadores, como el escritor húngaro Ladislao Szabó- envía una expedición de submarinos que se dirijan a la Antártida, portando el Grial hasta su único destino posible: Aryana Veiji, que en devenir de la historia humana, finalmente, se ha transportado a sí misma desde los hielos del norte a los hielos del sur, cumpliendo su destino final de unir los dos extremos terrestres.
© Waldemar Verdugo Fuentes.