Monday, October 03, 2005

LIGURIA.

Era un país de piedras que comprendía toda la parte de la tierra que rodeaba el golfo de León, desde Provenza hasta Cataluña. Ya estaban allí antes del gran cataclismo que citan las crónicas de los antiguo. Por lo tanto, es un país neolítico, que, comúnmente se piensa, no sobrevivieron a la invasión de los celtas. En todo caso, Liguria no desapareció con la Era del Toro. Los ciudadanos de Liguria que describe Juliano, especialmente, son los restos de este país derrotados por los celtas un mediodía de hace 2500 años: el lugar del origen del ámbar. Siguiendo a Juliano, los ligures “no eran todos parecidos y, sin embargo, tenían un elemento de unidad: eran hombres de idéntico lenguaje”. Se conserva una noción muy precisa de un período en el que los ligures ocupaba todo occidente conocido. Dice Juliano: “durante la época de César, ya se recordaba en el mundo grecorromano de tiempos pasados en los que el nombre de “ligures” se había extendido sin límites”. Córcega era suya. Se sabía que habían descendido hasta Sicilia, y se hablaba sin cesar de ellos en España: las aguas del Guadalquivir se nombraban: lago Ligur”. Según Juliano, eran más bien pequeños, aunque muy fuertes, y poseían unos miembros de enorme elasticidad: “la fatiga no abatía jamás al ligur... En fuerza vencían a los grandes hermanos salvajes. Se dice que se les consideraba invencibles caminantes, y, en la marcha y en la carrera, los ligures nunca tuvieron rivales en los países mediterráneos. Fueron los cazadores más hábiles en la modalidad de tiro más delicado y que exige las mayores cualidades físicas: el tiro con honda. Cuando unos pájaros posaban ante un grupo de honderos ligures, cada honda escogía su víctima y no se perdía ningún tiro.” Anotemos que en su descripción del ejército Atlante, Platón concede una gran importancia a los honderos, identificados con ligures, “el pueblo que venía del país de piedra, tan antiguo que las piedras estaban secas”. Juliano escribe que eran hombres “de los más duros trabajos. Unos, durante toda la jornada, inclinados sobre la tierra, partían las piedras de sus roquedales para construir y lograr terrenos de cultivo. Otros, armados de pesadas hachas, cortaban y abatían los grandes árboles de la montaña. Otros cazaban animales salvajes, y los más hábiles, finalmente, subidos en barcas más sencillas que las mismas balsas, se iban a correr por los mares con un desprecio total del peligro y del socorro para buscar en aguas lejanas los peces que sus orillas les negaban."
La principal característica que se ha señalado a los ligures del océano y de las épocas lejanas es la extraordinaria velocidad de su carrera. Los de las orillas del Canal de la Mancha y del mar del Norte provocaron a los comerciantes de Cádiz la impresión de marinos arrojados, que conducían sus barcas de cuero cocido entre las peores tempestades. Este valor y amor a la independencia se unían a un cuidado extraordinario de su suelo natal. Entre todas las naciones de la antigüedad no se encuentra ninguna que fuese menos movida. Ninguna invasión ni expedición de conquista ha surgido de su país. Los ligures no eran una raza conquistadora, lo cual quiere decir que no eran descendientes de un ejército de invasores. En Liguria su pueblo era autóctono y no venidos de otra parte. “No fueron artistas -afirma Juliano-, pero tenían la seguridad del golpe de vista, la precisión del gesto, la tenacidad del esfuerzo físico cuando se trataba de trabajar la materia. En Liguria nada imitaba a los romanos ni a los griegos y su arquitectura no adoptaba los moldes de oriente. Sólo era una interpretación de la antigua tradición nada más concerniente a Liguria misma, que permanece oculta para los extranjeros. Su propio país había hecho a los ligurianos, primero, trabajadores especializados en la talla de la piedra: desde niños podían hacer de la piedra un cuerpo liso como una hoja de vidrio o con un corte afilado como una hoja de metal. Ellos legaron nociones exactas y precisas sobre los grados de resistencia recíproca de las diversas rocas; lo que en efecto, los hacía iniciados en las leyes de la materia.
La naturaleza obedece a unas leyes de las que somos capaces de despejar las apariencias. De ese modo, las sales cristalizan siempre idénticamente. Para cada cuerpo hay una ley de cristalización que se constata sin poderse explicar. Esto forma parte, en cierto modo, de la naturaleza del cuerpo; de su personalidad, podría decirse. Cada cuerpo tiene su cristal; y esos cristales forman unas familias, en número de siete. Por tanto, se puede suponer que todos los cuerpos, hasta los que se llaman amorfos, poseen una organización interna que tiene unas líneas de fuerza cuyo aspecto es geométrico. También se puede suponer que la tierra, considerada como un cuerpo, tenga una personalidad que responde en su formación, a una organización interna con sus “líneas de fuerza”, sus corrientes y sus propiedades que se organizan geométricamente. Desde este punto de vista, la existencia de figuras geométricas que pueden ser sensibles sin ser aparentes, es menos absurda, al poderse desarrollar dichas líneas en espirales o en cualquier otra figura. Del conocimiento ligur se desprenden dos consecuencias: a lo largo de dichas líneas geométricas, la esencia misma de la Tierra sería diferente, y esta diferencia misma podría ser utilizada mediante el conocimiento instintivo o razonado por el hombre, como representa Liguria misma, que es una ciudad -monumento, un medio de utilización de la fuerza de la piedra como ofrenda a la Madre-naturaleza; donde habían aportaciones terrestres (la piedra) y un empleo científico de dichas aportaciones. Así, en Liguria, todo tenía su propio aspecto geométrico, sin que faltara uno solo. Dice Juliano: “habían estudiado la madera con la misma precisión que la piedra valorando la capacidad de resistencia de un poste en la fuerza y dureza de su materia. Ellos enseñaban a construir los grandes pilotajes de las primeras ciudades lacustres...”, basando sus conocimientos en el diálogo constante, que sería el mayor legado de Liguria a occidente, donde, desde entonces, se ha conservado en nuestras costumbres, el que cada tradición de oficio haya tenido tres estados de iniciación, tres grados, que se encuentran en las denominaciones de los tres gremios guardianes de las tradiciones: aprendiz, compañero, maestro. Sin embargo, el rasgo más sobresaliente de Liguria es que ninguna de sus calles tenía nombre alguno, eran pura piedra pulida sin nada que las identificara. Los antiguos se han asombrado, y Juliano con ellos de que estas gentes, que resistieron a los romanos con un encarnizamiento igual o superior al de los hispanos y los galos, que consiguieron más de una vez aplastantes victorias, no hubiesen dejado ningún nombre de algunos de sus jefes, contrariamente al resto del mundo antiguo. Evidentemente, esto es molesto para los historiadores, para quienes, con frecuencia, la historia se reduce a unos nombres... Hay que creer que en Liguria no existía ningún culto a la personalidad; tanto se conocía allí la materia.
© Waldemar Verdugo Fuentes.