Monday, October 03, 2005

LA ATLÁNTIDA.

La Atlántida es una ciudad técnicamente adelantadísima hundida en un punto de las aguas del planeta, posiblemente del océano Atlántico entre el Cabo de Buena Esperanza, en África, y el Cabo San Roque, en Brasil. Desde que se sabe, la existencia de esta ciudad siempre ha tenido defensores y quienes la niegan. Paul Rivet (en “Los crímenes del hombre americano”) afirma que “no pasa de ser un mito poético”, y se remonta a la opinión de Paul Coussin, que se expresaba en estos términos: “La civilización Atlántida no puede existir en época alguna, no puede emplazarse sino fuera del tiempo, así como lo está fuera del espacio. No ha existido en ninguna parte”. Sin embargo, algunos la sitúan históricamente, como el griego Platón, en sus diálogos “Timeo” y “Critias”. La noticia sobre la Atlántida surgió en el siglo VI antes de nuestra Era, durante una conversación mantenida entre el estadista griego Solón (640-560 A.C.) y un sacerdote en Sais, capital entonces de Egipto. Platón relató esta conversación en sus Diálogos. Dice en “Timeo”: “En aquel tiempo se podía atravesar este mar (el Atlántico). Había una isla frente a este pasaje que llamáis las “columnas de Hércules” (el estrecho de Gibraltar). Esta isla era más grande que Libia y Asia juntas. Y los viajeros de aquel tiempo podían pasar de esta isla a las otras islas, y desde éstas ganar todo el continente en la ribera opuesta de este mar, que merecía su nombre. Ahora bien, en esa isla Atlántida, unos reyes habían formado un imperio maravilloso. Este imperio era dueño de la isla entera y también de muchas otras islas y porciones del continente. Además, en nuestro lado dominaba desde Libia hasta Egipto y Europa hasta Tirrenia (la Italia occidental). Esta potencia, habiendo concentrado una vez todas sus fuerzas, emprendió la tarea de avasallar con un solo empuje vuestro territorio y él nuestro y todos aquellos que se encuentran a este lado del estrecho. Entonces fue ¡oh, Solón! cuando el poderío de vuestra ciudad hizo brillar a los ojos de todos su heroísmo y su energía. Pues ha superado a todas las demás por la fortaleza de su alma y por su arte militar… Pero, en los tiempos que siguieron hubo temblores de tierra espantoso. Y en el lapso de un día aciago y una aciaga noche todo vuestro ejército fue tragado por la tierra, y de modo semejante, la isla Atlántida se hundió en el mar y desapareció. He aquí por qué este océano es aún hoy día inexorable, por el obstáculo de los fondos cenagosos y muy bajos que la isla depositó al sumergirse”. De acuerdo con el “Critias”, que Platón dejó inconcluso el año 355 antes de nuestra Era, en la Atlántida habían minas de bronce, estaño, plata, oro y otros minerales preciosos. Los atlantes habían construido edificios públicos, muelles, puentes intercontinentales inclusive, y larguísimos canales navegables, palacios y templos. En la construcción de edificios públicos y muelles habrían empleado piedras blancas, negras y rojas. Solían rodear sus ciudades con murallas hechas de bronces y estaño. Había baños públicos, campos de deportes para hombres y mujeres, hipódromos; había innumerables templos construidos a varias deidades, siendo el principal el templo consagrado a Poseidón, situado en el centro de la Atlántida. En agricultura, cosechaban dos veces al año. El clima era semi tropical; habían muchos animales salvajes, pero habrían domesticado algunos, como el caballo. Los atlantes habrían sido gentes sabias y virtuosas al principio pero su propio adelanto habría degradado su sociedad con el curso del tiempo. Según Platón la ciudad principal de los atlantes se calzaba en una gran montaña, protegida por tres líneas de canales anulares unidos con el mar. Afirma también que en Atlántida había manantiales y fuentes de agua caliente; según sus informes, la isla fue tragada por las aguas unos doce milenios antes de nuestra Era. Aparte de sus escritos no hay en la literatura antigua mención al fabuloso sitio, sin embargo, los juicios que se han emitido a lo largo de nuestra historia son innumerables. Hay incluso investigadores que la han situado en otros mares y continentes, que la han confundido con grupos de islas y una isla en especial, como el pastor alemán Jurgen Spanuth, que la ubica en la isla de Heligoland (en su obra “La Atlántida reencontrada”), situada en el mar de norte, frente a la costa azul de Dinamarca; después de largos y acuciosos estudios de los escritos platónicos, de los bajorrelieves de Karnak y de Medinet Habou (posibles testimonios atlantes), de escritos dejados por Homero y autores posteriores, y de investigaciones personales con la ayuda especializada de submarinistas, llegó a la conclusión de que Heligoland no es otra cosa que la Atlántida, o una porción de ella, en el peor de los casos. La inspección submarina alrededor de esta isla, según su libro, reveló la existencia de una ciudad sumergida de varios kilómetros y muros hechos de piedras rojas, blancas y negras en perfecta concordancia con lo aseverado por Platón. Afirma, además, que los hombres del norte que invadieron el sur de Europa y el norte de África, fueron los mismos hombres que lucharon contra los egipcios, atenienses y otras naciones durante el reinado de Ramsés II, hacia el año 1195 A.C., y que eran todos de la misma raza Atlanta; según lo que dice Spanuth, “estos hombres del norte del siglo XIII A.C. y los Atlantes de Platón no hacían sino un solo pueblo”. Por su parte, el geólogo francés Pierre Termier quien en 1898, con motivo del tendido de un cable submarino que se cortó y hubo que emplear garfios especiales para izarlo, al norte de las islas Azores, descubrió “esquirlas minerales con aspecto de astillas recién rotas”, las que a juicio de Termier eran de una lava vidriosa que solo pudo consolidarse merced a la presión atmosférica, es decir, que el material extraído y analizado habría estado antes sobre la superficie del océano Atlántico. Algunos afirman que el hallazgo de Termier, suficientemente analizado con los adelantos de la ciencia, constituyen una prueba geológica de que en el sitio hubo antes tierras, lo que ha llevado a algunos a sostener que las islas Azores son vestigio del continente perdido, o más exactamente, las cumbres más altas de la Atlántida, conjuntamente con las islas Canarias, Madera y otras situadas frente a la costa del norte de África. Hoy se sabe positivamente que en el fondo del océano Atlántico existe una cadena de montañas que corre de norte a sur, ininterrumpidamente hasta llegar al Ecuador por una cadena transversal que va de este a oeste; el descubrimiento de tales cadenas ha llevado a los geólogos a formular la teoría de los Puentes que, según Termier, permitiría explicarse la similitud de la fauna y la flora observadas y estudiadas a ambos lados del Atlántico como mastodontes y elefantes, que antes vivían “únicamente en América, de donde habrían emigrado; Antílopes, que antes vivían en el Sudán y que pasaron posteriormente a las planicies de la sierra nevada, caballos y bisontes…”
Una tradición sudamericana narra que el dios solar Bochica o Botchica (llamado también Merqueteba y Zuhé) según los grupos Chibchas, llegó a Colombia montado en un camello. Es decir que a ambos lados del Atlántico se encontrarían especies terciarias y cuaternarias. En la flora, Termier cita al plátano, “que no se encuentra en estado silvestre en ninguna parte de América y que es un planta originaria de las comarcas tropicales de Asia y África y que no resiste un viaje a través de zonas templadas; o el trigo, que tampoco se ha encontrado nunca en verdadero estado silvestre, e innumerable cantidad de especies vegetales que sería largo enumerar”. Otro hecho biológico que citan algunos investigadores es el fenómeno de la reproducción de las anguilas que, según, por ejemplo, el atlantólogo A. Braghine (autor de “El enigma de la Atlántida”), viajaban para depositar sus huevos desde los estanques y ríos de Europa en dirección al mar de Sargazo, cerca de las Bermudas, a causa, probablemente, de la existencia en una época anterior de un gran río que fluía entre Europa y las Bermudas, recorrido que en aquel tiempo hacían las anguilas y cuyos descendientes lo recuerdan instintivamente; actualmente se investiga si tal río no subsiste en forma de corriente submarina. Hay autores que afirman que existe sintomática similitud lingüística, religiosa y arqueológica entre las Américas y Euro-África, como el norteamericano Auguste Le Plongeon, que ha estudiado largamente la semejanza entre palabras mayas y palabras del griego antiguo, también entre el alfabeto maya y ciertos jeroglíficos de Egipto antiguo; plantea que según la tradición los mayas eran atlantes y estuvieron en Egipto donde habrían fundado una poderosa colonia; también asegura Le Plongeon que el “chiapaneco”, idioma hablado por una tribu indígena del Sur de México, contiene vocablos de la lengua hebrea. Algunos ejemplos de semejanza lingüística que cita, tres casos, son: la palabra “ko” que en indio quiere decir “monte alto”, y que en vasco significa “sitio”, siendo ki en akadio. La palabra “él” en indio significa “el sol”, y "el" era el dios solar de los caldeos y Fenicios; en hebreo, Elhoa significa “dios” y Elhoim “dioses”, y por último “Teo” (o A”Zeo”) en tolteca significa “dios” y en griego “Dios” es Theos y Zeus; en sánscrito “Diaus”, en latín “Deus”, “Día” y ”Zia” en celta y en Aymará “Ti” y en chino “T´ien”… sobre las semejanzas religiosas, otro investigador, Serge Hutin, escribe:
“Los símbolos tradicionales como la cruz, el círculo, la serpiente, el disco solar, la svástica, etc., se encuentran tanto en las civilizaciones de la América precolombina como en las grandes culturas del viejo mundo. La cruz representaba la dualidad de la naturaleza, la unión del espíritu con la materia, de suerte que no era exclusivamente un signo cristiano, sino adoptado por el cristianismo con posterioridad. Así, en América existen la llamada cruz de Palenque, la cruz de Mayapán y la cruz de Teotihuacán, sólo en México. El círculo simboliza la eternidad sin principio ni fin; el disco solar, la fuente de donde procede no sólo la luz, el calor y la vida, sino la fuerza de nuestro sistema solar o fuerzas electromagnéticas; la svástica, aludida a las energías del universo en perpetuo movimiento. La serpiente ha simbolizado desde siempre a los dioses creadores de la tierra, la sabiduría divina terrenal, los sabios, la regeneración y la inmortalidad, a excepción de la serpiente bíblica hecha por los sacerdotes hebreos posteriormente. En cuanto a las similitudes arqueológicas, según Serge Hutin, “las pirámides de los Mayas con las de Egipto manifiestan una misma estructura del pensamiento religioso.”
Según Kriyaban, conforme a la tradición hindú “Atlántida se extendía hasta Escocia por el noroeste y comprendía la península del Labrador en esa dirección, adentrándose a partir de allí por el océano Atlántico en todas direcciones, incluyendo Canadá y, por el sur, gran parte de Brasil”. Según la tradición tibetana, según el mismo Kriyaban, “había colonia atlantes en el lado este de la América del norte; en lo que es hoy el Mar Caribe, que entonces era una hermosa llanura que comprendía el Golfo de México y la América central y también en el norte de Brasil, en Perú y en Bolivia. También hubo colonias atlantes en la Península Ibérica y en el noroeste de África."
La Atlántida habría existido ya en el período Mioceno, remontándose su antigüedad a unos ocho millones de años. Su hundimiento no fue súbito, sino gradual. Hubo, se dice, tres grandes cataclismo, siendo el último el que liquidó todo vestigio de la Atlántida, y "tuvo lugar aproximadamente en el año 9564 A.C. Los atlantes habrían alcanzado un elevado grado de civilización, llegando incluso a inventar aparatos de navegación aérea, como se menciona en algunas escrituras hindúes en idioma sánscrito, como por ejemplo el Samarangana Sutra Dhava, que los nombra “vimanas”. Paralelamente con la decadencia de este pueblo, que llevaría a su autodestrucción, el eje de la Tierra se movió, provocando terremotos, maremotos, hundimientos y levantamientos de tierra en todo el orbe, lo que dio origen a la leyenda del Diluvio universal (la hipótesis de Hoerbinger es que la Atlántida se hundió a causa de una explosión debido a una luna que la tierra capturó y atrajo hasta el punto de choque, existiendo ante dos lunas, lo que concuerda con otras tradiciones remotas).” También Kriyabán afirma que los atlantes que lograron salvarse, ya degenerada su raza, “habrían sido los hombres de la edad de piedra y los hombres de Cromagnon en Francia”, los antepasados de los chinos (que eran más altos que los chinos actuales), los hebreos, los mogoles y los fenicios. Los atlantes habrían poseído facultades extraordinarias hoy perdidas, como la transmisión del pensamiento. En general después de la hecatombe la estatura del hombre disminuyó y se acortó su edad. Así es que la mayor parte de la población terrestre actual serían descendientes de los atlantes (los de piel roja, cobriza, blanca, morena y amarilla); siendo Aria la otra porción.”
Científicos norteamericanos como James Mavor, del Instituto Oceanográfico de Wood Hole, y Emily Vermeulle, del Museo de Bellas Artes de Boston, por su parte, sostienen que el único vestigio de Atlántida es Thira, una pequeña isla griega del Mar Egeo, situada al sur de las islas Cyclades, a una distancia de 128 millas del Pireo y a 68 millas de Creta. En la zona, desde la década de 1970 se han venido descubriendo vestigios de lo que parece una ciudadela hundida. Lo cierto es que el grupo de islas situadas en la región dan la impresión de haber sido lanzadas en todas direcciones por una explosión gigantesca. El sismólogo griego Angelos Galanopulas había presentado unos años antes la hipótesis de que la destrucción de una antigua ciudad minoica en lo que hoy es Thira y alrededores era precisamente lo que había inspirado, con toda probabilidad, a Platón para crear el mito. La catástrofe ocurrida en Thira habría sido de proporciones verdaderamente inauditas. Los oceanógrafos, verdaderamente, han descubierto en el fondo del Mar Egeo sedimentos de cenizas volcánicas que cubren una superficie inmensa. El científico norteamericano Bruce Hiesen considera que la explosión del volcán Santorín que hay en la isla pudo ser la causante, y de intensidad parecida a la erupción del volcán de Krakatoa (Indonesia) en 1883, donde murieron 36.000 personas, quedaron destruidas varias islas pequeñas y las gigantescas olas que se originaron dieron la vuelta a todo el planeta; fue tanta la ceniza volcánica que cayó en la atmósfera que la luz de la puesta de sol que fue de un rojo vivo en el mundo entero a lo largo de todo un año, como está debidamente certificado. Según Hiesen, la catástrofe de Thira minó las mismas bases de la agricultura minoica y condujo con ello a una decadencia rápida de aquella civilización y a su desaparición alrededor del año 1400 de nuestra Era. Si es o no el vestigio auténtico de la Atlántida no se sabe aún, pero el descubrimiento de toda una ciudad minoica en Thira es ya por sí mismo uno de los hallazgos arqueológicos más notables del siglo XX: la antigua ciudad ocupa, según cálculos primarios, un área de más de media milla cuadrada; sus habitantes, cuyo número llegaba probablemente a 30.000, vivían en casas de piedra de dos o tres pisos adosadas unas a otras; se ha encontrado también el palacio veraniego de algún aristócrata rico. Desde el punto de vista de los arqueólogos, esa ciudad tuvo una suerte extraordinaria: quedó completamente enterrada durante la posible erupción del Santorín; la ceniza volcánica ha conservado en Thira hasta hoy con intangibilidad absoluta hasta los frescos pictóricos y los objetos de madera, que hubieran desaparecido inevitablemente si la destrucción de la ciudad se debiera a causas distintas; se han rescatado tinajas gigantescas para la conservación de aceite de oliva y vino…” algo parecido sucedió en las ciudades romanas de Herculano y Pompeya. Pero allí la erupción del Vesubio fue de improviso, por lo que una parte considerable de los habitantes de ambas ciudades quedaron enterrados juntamente con su bienes en las cenizas volcánicas.
"Los habitantes de Thira -continúa Hiesen- no corrieron tan triste suerte; hasta ahora en las excavaciones realizadas en la isla se han encontrado sólo dos esqueletos humanos; tampoco hay objetos preciosos de oro o plata: por lo visto el volcán hizo muchas advertencias serias antes de estallar definitivamente. Por cierto que aún no podemos afirmar que sean los restos de la Atlántida, pero tampoco se puede negar. Con los adelantos técnicos para la arqueología que traerá el tercer milenio, sin dudas, estaremos en condiciones de dilucidar el misterio de Thira: ahora sólo podemos hacer muy poco más sin dañar lo que ya está excavado, porque es cierto que la arqueología no se ha visto mayormente beneficiada con la creación de herramientas para desempeñar su trabajo, y menos aún si las ruinas se encuentran sumergidas en las aguas”.
Por lo demás también en la década de 1970 nace en España la Confederación Atlántida, a propósito de las llamadas Pirámides de Guimar, en la isla volcánica de Tenerife, donde se asegura que francamente es ese y no otro sitio donde estuvo la ciudad fabulosa. Según Emiliano Bethencourt, descubridor del sitio y cuya hipótesis del origen atlántico fue dada a conocer mundialmente por Thor Heyerdhal, hay más que suficientes pruebas para creerlo así a partir de 1975, cuando la opinión generalizada de la Pirámides de Guimar era que aquéllas no eran sino simples amontonamientos de piedras, cuando salieron a la luz, entre otras, dos estatuillas particularmente interesantes: miden poco menos que una mano, pero parecen ser representaciones de otras más grandes, algo impreciso en ellas “que da la impresión de que están conectadas con la más remota memoria colectiva de la humanidad”. Una, con la boca abierta y una especie de auriculares sobre las orejas, recordaría algunas estatuas antropomórficas mayas del Yucatán, lo cual resulta ya más que sorprendente habiéndose encontrado en Tenerife. Pero es que, además, sostiene una pirámide en la mano derecha. Sin embargo, la otra está tan cargada de simbolismo “que su descubrimiento raya en lo inaudito: es nada menos que una figura mitad zoomórfica mitad antropomórfica, que representa a un ser humano con la cabeza de un toro, animal que cuya existencia en la antigüedad de las islas Canarias no se ha tenido noticias hasta ahora. Si se descarta que el artista haya podido copiar el modelo del toro de su realidad circundante, podría tratarse del modelo importado de una civilización no identificada todavía que llegó a la isla en una época imprecisa; tiene, como Polifemo, un único ojo abierto a la altura de la frente, y en el pecho una espiral, símbolo de la divinidad solar; mantiene como la otra figura una actitud propia de la iconografía del antiguo Egipto y, lo más llamativo, sostiene en la mano derecha un tridente, como Poseidón, y en la izquierda, una especie de pirámide. En ninguna otra parte del mundo se ha encontrado hasta ahora figura alguna en que aparezcan ambos símbolos juntos, la pirámide y el tridente”.
En 1994, otra investigadora, Luisa Montoro, dice: “Si tenemos en cuenta que Poseidón, dios del mar, era asociado en la Grecia antigua a la figura del toro, las sugerencias que promueve esta figura son impresionantes. ¿Señor de dos mundos, que pone en comunicación el reino que está más allá del mar (un tridente) con el reino de Egipto (una pirámide)? Todavía es pronto para dilucidar este enigma, que sin duda dará muchos quebraderos de cabeza a quienes se empeñan, contra viento y marea, en sostener que los primeros y únicos visitantes de la isla de Tenerife fueron los Bereberes de África del norte”. Sin embargo, lo más interesante que se ha logrado comprobar con fotos tomadas al sitio desde satélites en órbita, es que efectivamente existe en las aguas de las islas Canarias una enorme construcción sumergida, que se ramifica a partir de lo que semeja una muralla de dimensiones insospechadas, porque se pierde enfilando desde la costa meridional de Marruecos hacia el sureste en pleno Atlántico. El relieve muy accidentado de Canarias a partir del atlas africano, en realidad, parece resultar de una fenomenal catástrofe. Para Bethencourt, “las Canarias son tierras todavía emergentes de un continente hundido como consecuencia del cataclismo cuyos ecos llegaron a la antigüedad clásica, amplificados hasta nuestros días por las referencias de Platón. Esta construcción sumergida y los restos arqueológicos hacen posible la probabilidad de que sea la Atlántida”.
La primera luz sobre el sitio la dieron los submarinistas Néstor Chávez, Moisés González y José Avero Dorta, cuando trataban de encontrar las huellas de un galeón español hundido frente a las costas de Tenerife al norte y en vez de eso localizaron a unos 30 metros de profundidad el inicio de una especie de muro semicircular, formado por grandes bloques de piedra enterrados en el mar. Estas imágenes primeras de la ciudadela fueron recogidas en video, y fue posible comprobar que los diagonales de los bloques son perfectos ángulos de 90 grados, coronados por una especie de ventana cuadrangular que se interpreta como lo que fue una especie de desagüe, con lo que se descartó la posibilidad de que fueran roqueros naturales. En los años posteriores se ha estado limpiando el sitio sumergido, prácticamente, de manera artesanal, bajo la guía de Bethencourt, quien en 1993 envió unas muestras de roca a la Universidad de Manchester (Inglaterra), donde, en principio se analizó su antigüedad con carbono 14 dando más de 16.000 años de exposición; Bethencourt ha declarado más recientemente que, “en la costa oeste de Tenerife, como parte de la ciudadela, se observa una plataforma que tiene columnas. Las que hemos ido limpiando sin ninguna ayuda oficial; ahora pretendemos obtener los fondos necesarios para sumergir un robot acuático que pueda filmar imágenes más profundas”.
En su obra “De Sevilla al Yucatán”, el célebre escritor Mario Roso de Luna sitúa, precisamente en Guinar, Canarias, no sólo a los “depositarios de los antiguos conocimientos atlantes”, sino también a la mítica “Cueva de los Reyes”, que marca una de las entradas al reino que hay en el fondo de la Tierra, “señalado con los sarcófagos que conservan los restos de los más antiguos príncipes guanches, los habitantes primitivos de las Canarias, de quienes hoy en día no queda ningún descendiente”. Bethencourt sostiene que tal cueva no es mítica en absoluto, y que a ella se tendría acceso a través de un tramo tapiado de otra gruta, cuya boca se encuentra, justamente, al pie de las pirámides de Guinar. Las pirámides son hoy propiedad del empresario noruego, amigo de Thor Heyerdhal, Fred Olsen, quien ha intentado hacer del sitio una especie de museo, pero nada se sabe si Olsen pretende auspiciar también excavaciones profundas. Otro explorador notable, Henry Schliemann, el descubridor de Troya, va más lejos; luego de años de investigar, dijo: “He llegado a la conclusión de que la Atlántida no ha sido solamente un inmenso país entre América y las costas occidentales de África y Europa, sino que creo que es la cuna de toda nuestra civilización…”
© Waldemar Verdugo Fuentes.