Monday, October 03, 2005

MACONDO.

Narra Gabriel García Márquez que éste es un pueblo de Colombia fundado hace mucho tiempo por José Arcadio Buendía, que tenía una imaginación sin límite alguno. El fundador había ubicado las casas de tal manera que el habitante de cada una de ellas podía llegar al río a buscar agua con exactamente el mismo grado de esfuerzo que su vecino; y las calles fueron planeadas de manera tal que todas las casas recibían la misma cantidad de luz solar a lo largo de todo el día. Para el beneficio de la población construyó trampas pequeñas para atrapar canarios, petirrojos y ruiseñores, y en muy corto tiempo el pueblo estuvo tan repleto de sus cantos, que la tribu gitana que todos los años visitaba Macondo, para llegar se dejó guiar solo por la música. Hacia el Este, Macondo está protegido por una cadena de montañas altas y prohibitivas; hacia el sur, por majales cubiertos por una especie de sopa vegetal. Los majales se yerguen hacia el oeste y se transforman en un amplio cuerpo de agua donde cetáceos de piel delicada, con cara y torso de mujer, atraen a los marinos con sus senos firmes y tentadores. Hacia el norte, a muchos días de marcha por una selva peligrosa, está el mar. De un pueblito de algo así como veinte chozas de barro y caña, Macondo se transformó en una ciudad con tiendas y mercado. Esta prosperidad hizo que José Arcadio Buendía liberara a todos los pájaros que había atrapado con tanto cuidado, y los reemplazara por relojes musicales que había obtenido de mercaderes a cambio de pericos. Estos relojes estaban tan sincronizados que cada media hora la ciudad temblaba al sonido de campanas al vuelo, y cada mediodía, una explosión musical de cu-cús y valses glorificaba el principio de la siesta. Buendía también reemplazó las acacias alineadas en todas las calles por almendros y encontró un sistema para darles vida eterna. Muchos años más tarde, cuando Macondo llegó a ser una ciudad de casas de madera y techos de zinc, los almendros aún florecían en las calles fundadoras, aunque no había nadie en la ciudad que pudiera recordar haber presenciado su plantación. Entre los hechos más notables que forman la historia de Macondo, está la insólita epidemia de insomnio que asoló la ciudad. Lo más terrible de todo no era la imposibilidad misma de dormir, porque el cuerpo tampoco se cansaba, sino la pérdida gradual de la memoria. Cuando el enfermo se acostumbraba a permanecer despierto los recuerdos de su infancia comenzaban a desvanecerse, seguidos por los nombres y el concepto de las cosas; finalmente llegaba a perder su propia identidad y la conciencia de su propio ser, hundiéndose en un estado lunático sin pasado. Se colocaron campanas alrededor de la ciudad, y todo aquel que traspasaba él limite las hacia sonar para probar que todavía estaba cuerdo. Se aconsejaba a los visitantes no comer ni beber en Macondo, porque se suponía que la enfermedad era contagiosa. Los habitantes pronto se acostumbraron a este estado de cosas, y se eximían de la inútil actividad de dormir. Para no olvidarse qué cosa eran los diferentes objetos que lo rodeaban, etiquetaban cada uno con su propio nombre: "cubo", "mesa", "vaca", "flor". Sin embargo, los habitantes se dieron cuenta que si bien de esta forma iban a recordar los nombres de las cosas, su utilización podría llegar a olvidarse, así que agregaron en las etiquetas una explicación un tanto más extensa. Por ejemplo, un enorme cartel colocado arriba de la vaca informaba al observador: “Esta es una vaca; hay que ordeñarla todas las mañanas para obtener leche, y luego la leche, una vez hervida se agrega al café y se tiene café con leche.” A la entrada de la ciudad, los habitantes erigieron una señal que decía: “Macondo”, y un poquito más adelante, otro que rezaba “Dios existe”. Los habitantes de Macondo también inventaron un ingenioso sistema para contrarrestar los efectos de su extraña enfermedad y aprendieron a leer el pasado en los naipes, como antes los gitanos leían el futuro. Buendía también creó una máquina de la memoria dentro de la cual, cada mañana registraba los hechos de su vida pasada. De esta forma a cualquier altura, podía poner la máquina a trabajar y recordar todo su paso día por día. La epidemia terminó cuando el gitano Melquíades quien había muerto pero había regresado porque no podía tolerar la soledad de la muerte, llevó a Macondo un antídoto del insomnio en forma de un líquido dulzón en botellitas pequeñas. Los habitantes bebieron la poción e inmediatamente pudieron dormir. Otro hecho importante en la historia de Macondo fue la idea de construir un templo inmenso bajo la dirección del Padre Nicanor Reyna, quien en ese entonces se encontraba viajando alrededor del mundo con la intención de establecer un santuario en un centro de impiedad, y tenía en mente un templo lleno de santos tamaño natural y ventanas con vitrales. Sin embargo, las gentes de Macondo que vivían desde hacía tanto sin sacerdote, habían establecido contacto personal con Dios y se encontraban libres de la mancha del pecado original. Después de beberse una taza llena de chocolate, podían levitar a unos doce centímetros del suelo. Al ver que Macondo no era el centro de impiedad que andaba buscando, el Padre Reyna continuó con sus viajes. En años más recientes Macondo presenció la creación de una plantación de plátanos americano en su tierra, y la ciudad quedó unida al resto del mundo por medio de un ferrocarril. Pero a causa de una huelga, lluvias torrenciales y luego una sequía la plantación quedó abandonada y la prosperidad de Macondo fue borrada de la faz de la tierra por un violento ciclón.
© Waldemar Verdugo Fuentes.