Friday, March 21, 2014

GEOGRAFÍA FANTÁSTICA por Waldemar VerdugoFuentes

-GEOGRAFÍA FANTÁSTICA (Breviario de Otros Mundos en Este Mundo) Inscripción Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Departamento de Derechos Intelectuales N° 191.976, 1 de junio de 2010, Chile. ISBN 9789563533897 Viajar a un lugar fantástico que quizás no es real, puede ser una aventura loca, pero el aventurero, para embarcarse, ha de ser cuerdo. Para el que tiene alma aventurera cada viaje es siempre algo extraordinario, porque un paisaje es un estado del alma: sabe que para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo, hombre adentro capaz de viajar a aquellos lugares en los que nunca alguien estuvo o muy pocos han logrado llegar. Es recomendable no buscar compañía al iniciar el viaje fantástico. Si alguien busca el mismo lugar, seguro lo conocerás en el camino. Un consejo es que para decidir la ruta hacia cualquier lugar fantástico, el camino mejor es el más conforme con nuestra naturaleza. Si no se opone la pereza y la ociosidad, no hay ningún camino que no acabe. Pitágoras indica que el principio es la mitad de todo el camino. Por lo demás, no hay nada tan oculto que, buscándolo, no pueda hallarse. Tú sabes que nada puede contra tu propio destino. (Waldemar Verdugo Fuentes) http://www.amazon.com/dp/B00GENAP3Y

Monday, October 03, 2005

GEOGRAFÍA FANTÁSTICA.

DE ESTE BREVIARIO
DE GEOGRAFÍA MARAVILLOSA DE LA TIERRA


Cuando al escritor argentino Jorge Luis Borges le preguntaban si era válido para él referir asuntos de ciudades que nunca ha visitado, hablar de sitios que no ha visto, él respondía:
"-No solamente es válido, sino que es necesario. Un escritor no está impedido de hablar de lugares en los que nunca estuvo, no puede estar limitado por sitios o zonas geográficas. Yo no solamente pienso que es válido, sino además creo que es una obligación el escribir de lugares en los que jamás nadie antes estuvo."
Esta "Geografía Fantástica", justamente, enumera lugares en lo que nunca alguien ha estado, o muy pocos. Deseo al lector casual que emprende esta ruta: le sea tan entretenido como fue para mi trazar estos caminos posibles a varios lugares de fábula. Buen viaje.
Waldemar Verdugo Fuentes.

 
Registro de Propiedad Intelectual
Inscripción N° 191976
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos
Chile

Derecha:
El Príncipe Galés Madoc llega a América en 1170.

INDICE

-Pacha Pulai, la Ciudad de los Césares
-Utopía
-Isla de Queen
-Luana
-Aiaia
-Andorra
-Blefuscu
-Isla de las abejas ocupadas
-Islas Flotantes canadienses
-País de las Ruinas Circulares
-Aldea de Daland
-Chaneph, Isla de la Hipocresía
-Isla Infante
-Ubar o Irem
-Kukuanoland
-Ersilia
-El Castillo
-Isla de las Hadas
-La Ciudad sin Sueño
-El Dorado o Manaos
-Octavia
-Ciudad de la Eterna Juventud
-Tupia
-Macondo
-Mare Tenebrosum
-Atlántida
-Paraíso del Edén
-Thule, Hiperbórea
-Shweta, Isla Blanca de los Bienaventurados
-Melusina
-Isla Ericia
-Jardín de las Hespérides
-Tir-Nan-Og, Tierra de Juventud
-Mag Melo, El Llano de la Alegría
-Campo de la Satisfacción
-Hades, Tártaro, el Paraíso de las Profundidades
-Eliseo
-Zend-Avesta
-Shambhala, Agarthi
-Arikha
-Pardes
-Reino de Mide
-Ogygie
-Omfalos
-QAF
-LUZ
-Los Siete Dwipas
-MontSalvat, Monte de Salvación
-Gio-Do
-Valle Indus
-Aryana Vaiji
-Liguria
-Orionda la Grande
-Aztlán
-Isla Mocha
-Isla Vayalamush
-Islas Azules
-Tierra sin Mal del Pueblo Ti-Maca
-La Colonia de Madoc
-Isla Bendita de san Brandón
-Quivira
-Isla de las Amazonas
-Vilcabamba la Grande
-Coatépetl, lugar de abundancia
-El Mictlan o Inframundo
-Uayalamush, el último refugio
-La ciudad del Ave Fénix
Escritos Consultados

Waldemar Verdugo Fuentes
ENLACE

PACHA PULAI, LA CIUDAD DE LOS CÉSARES.

Algunos la ubican al centro de la soledad Patagónica de Chile, otros precisamente en las inmediaciones de Aysén o en la Isla Grande de Chiloé. Se dice que sus habitantes la construyeron a partir de una enorme plataforma de oro, que quedó al descubierto de los naturales de la región después del formidable cataclismo geológico, cuando surgió la tierra hundida de sus valles, los tajos abiertos de los ríos, los inmensos fiordos y los estuarios. En la región misma a Pacha Pulai la ubican entre los lagos Nahuelhuapi, por el norte, y Viedra, por el sur.
El jesuita Nicolo Mascardi fue el primer explorador que nos hizo conocer datos más precisos de la Patagonia al tiempo que proporciona noticias de la flora y fauna: en 1662 fue nombrado rector del Colegio de los Misioneros de la ciudad de Castro, situada en el archipiélago de Chiloé. Allí se topó con un grupo de indígenas Puelches, indios patagónicos capturados, encarcelados y hechos esclavos porque se sospechaba que ayudaban a los Araucanos en las guerras que éstos libraban contra los españoles. Por los Puelches se enteró de la existencia en la Patagonia de una fabulosa ciudad, más rica que ninguna, fundada por los sobrevivientes de ciudades que los españoles habían establecido en Chile y que habían sido destruidas por los Araucanos, más otros sobrevivientes de naves naufragadas en el Estrecho de Magallanes. Mascardi hizo liberar a los indios; decidió reconducirlos él mismo a sus tierras y buscar la mítica Ciudad de los Césares. En 1669, acompañado por los Puelches y por algunos indios Poyas, ya civilizados, dio inicio al primero de sus cuatro viajes patagónicos. Atravesó la cordillera y llegó a las orillas del lago Nahuel-Huapi, hoy en territorio argentino, donde creó una misión y se dedicó a enseñar a los nativos. El mismo año emprendió otro viaje. Atravesó las faldas orientales de la cordillera y parece haber logrado llegar hasta el Estrecho de Magallanes. En 1671 exploró las pampas de Buenos Aires y luego atravesó la cordillera por la parte localizada más al sur de su primer viaje; llegó hasta las costas del océano Pacífico. En 1672, acompañado por numerosos indígenas con sus caciques, logró descubrir el abandonado caserío construido por los marinos ingleses de la exploración de John Marborough, que había desembarcado en 1669 en Puerto deseado -en la actual Patagonia Argentina- y tomado posesión de aquellas tierras en nombre del rey de Inglaterra. Desde allí volvió a su misión en Nahuel-Huapi, atravesando las vastas llanuras patagónicas, donde vivían numerosos grupos de indios salvajes. Antes de iniciar su cuarta expedición, en 1673, Mascardi envió a sus superiores de los jesuitas una “relación” de sus trabajos y una carta de agradecimiento al virrey del Perú, el Conde de Lemos, que le había enviado donaciones para la capilla de su misión. Acompañado por indios Poyas, llegó al paralelo 47° de latitud, pero allí fueron atacados por una turba de salvajes que les dieron muerte.

Los apuntes del jesuita Nicolo Mascardi fueron usados por el padre Diego Rosales, superior de la Orden entonces, y autor de la “Historia del reino de Chile”, para escribir su biografía: “Vida de Mascardi”. En su obra “Mundus Subterraneus” el religioso Atanasio Kircher basa varias páginas en datos que obtuvo Mascardi y que se refieren a la altura de los Andes, los ríos y los lagos, los estrechos, desiertos, volcanes y mareas. Guillaume de L'Isle usó más tarde esta misma información para realizar los “Mapas del Paraguay, de Chile y del Estrecho de Magallanes”, publicados en 1708.
Se dice que algunos aventureros que han llegado hasta los muros de Pacha Pulai, han perdido sus facultades mentales y luego perecido vagando sin descanso por los inhóspitos parajes cordilleranos. Nicolo Mascardi entregó su vida en la búsqueda. Sin embargo, otros han tenido la suerte de traspasar sus muros, y salir sanos, de otra manera nada se sabría de esta ciudad fabulosa. Por las referencias, se sabe que la Ciudad de los Césares es maravillosa y de una suntuosidad y riqueza indescriptibles. Todo en ello es oro y metales y piedras invaluables, desde las murallas que la custodian circundándola hasta el pavimento de sus calles; siendo lo más gracioso y sobrecogedor su catedral de cuatro torres, cuyas cúpulas preciosas irradian reflejos tan potentes de luz que aclaran toda la ciudadela. Esta iglesia posee una campana gigantesca; son tales sus dimensiones que si llegara a repicar se escucharía en el mundo entero y sus vibraciones reducirían a polvo las cordilleras más altas de la tierra. Por esta razón permanece silenciosa y así continuará hasta el día del juicio final. Sólo ese día tocará a vuelo para que acudan al lugar todos los mortales a conocer la Ciudad de los Césares, que está ubicada sobre una suave colina (que así semeja la plataforma de oro) en cuyas faldas se encuentra un lago de aguas azules y tranquilas. Sus habitantes son hombres y mujeres comunes y corrientes que viven felices porque nada les hace falta, todo es abundancia allí a pesar de que nadie trabaja. Ellos no saben de enfermedades, nadie nace ni muere, por lo que sus pobladores son los mismos que construyeron Pacha Pulai, que nunca envejece al igual que sus habitantes.
El conocimiento del sitio, al parecer tiene su origen histórico en un hecho protagonizado por el capitán Francisco César en 1528. En aquella época, el capitán Sebastián Cabot, marino veneciano al servicio de España, poco antes de partir a las minas del río Paraguay, autorizó al capitán César para que en compañía de catorce soldados fuera a descubrir las minas de oro y plata que al parecer existían tierra adentro. César partió en noviembre de 1528 desde el fuerte Sancti Spiritus, que fuera construido por Cabot a orillas del río Carcaraña. Para cumplir mejor su cometido, dividió su gente en tres grupos que partieron por puntos distintos. Dos meses después, en febrero de 1529, regresó César con siete de sus compañeros cargados de oro y plata, y hablando maravillas acerca de las fabulosas riquezas que existían en un lugar que habían visitado. De lo que ellos contaron sólo se sabe que trajeron oro. Conociendo esta maravilla se explica el sinnúmero de expediciones organizadas desde entonces para alcanzarla.
En Aysén, especialmente, la búsqueda de la Ciudad de los Césares está bien documentada. Existen muchos diarios y memorias de viaje que nos hablan de aquél sitio fabuloso, desde que por primera vez, allá en 1558, fuera visitada la región por la expedición de Juan Ladrillero: el navegante encontró en los indios Chonos los mejores prácticos que se necesitaban para navegar esos canales. Y fueron los indios Chonos los que aconsejaron al sargento español Bartolomé Díaz Gallardo en 1674 a cruzar el Istmo de Ofqui, llevando a la rastra sus canoas y lanchones. Vencido el Istmo de Ofqui, tenían la ruta abierta hacia el sur y entonces surgió la idea de un canal que uniera el Golfo de los elefantes con la laguna San Rafael y el Golfo San Esteban. Se navegaría así por canales abrigados sin tener que desafiar la furia de las aguas en el Golfo de Penas. Entonces, no encontraron la ciudad maravillosa, pero abrieron nuevas rutas. Un monje noventa años más tarde volvería a repetir la hazaña: el fraile José García con tres piraguas cruzó el Istmo buscando almas para salvarlas para Dios. En 1786, un progresista gobernador de Chiloé confió una expedición a José de Sotomayor y a Francisco de Machado como piloto, para que siguiesen la ruta que actualmente siguen las naves que van y vienen de Punta Arenas; la orden era que ubicasen a supuestos invasores ingleses que habíanse instalado en las tierras del rey de España, pero a estos exploradores les causó terror la idea de costear la Península de Taitao y cruzaron el Istmo de Ofqui a pie, orillando. Sólo en 1792 se organizó la primera expedición científica a la zona, la del piloto Moraleda, que abrió el sendero a exploradores ilustres como Fitz Roy y Charles Darwin, que se mezclaron en la región con los aventureros de tomo y lomo, que francamente andaban en búsqueda de la Ciudad de los Césares, toda de oro. Uno singular fue Juan García Tao, que con tres lanchones y unos cuantos remeros partió hacia el Archipiélago de los Chonos, perdiéndose largo tiempo en la región. Comían lobos marinos y se guarecían de los temporales y la nieve en ellos mismos. Cuando pudo llegar de vuelta, sin que muriera uno solo de sus hombres, Juan García Tao aseguró que existía la Ciudad de los Césares, pero que él no había podido llegar.
Entre otros pioneros exploradores que fueron por Pacha Pulai, también se recuerda a Fray Norberto Fernández y el Mocho Felipe Sánchez, que dejaron atrás la costa remontando un río feroz: el Palena. Fueron derrotados por el hambre y regresaron al norte asegurando que habían estado por unos valles paradisíacos, repletos de oro, pero casi nada de alimento. En 1870 la Armada de Chile envía al capitán Enrique Simpson en la corbeta Chacabuco; en Melinka embarcan a un cazador de lobos, experto en la navegación en la zona, y recorrió todos los canales encontrándose tanto en las Guaitecas como en las islas de los Chonos una actividad increíble. Dice en su Diario que “más de cinco hacheros y sus gentes talaban los bosques sacando durmientes para los ferrocarriles de Chile, Perú y Argentina. Más de doscientas embarcaciones recorrían esos canales transportando los durmientes.” Simpson declara haber visto inmensas focas, que también eran masacradas por las hachas: “Pudimos comprobar cómo aquellos territorios que parecían un paraíso se convertían en un infierno. En una de las incursiones por los ríos descubrimos a dos infortunados hambrientos, semidesnudos: eran dos hacheros que habían huido de un campamento. No es que buscaran la Ciudad de los Césares, los pobres buscaban su liberación. Los campamentos de explotación de bosques son verdaderas colonias penales, y los infortunados se habían enganchado en ese sistema brutal: cada empresario maderero tiene unas tiendas de “rayas”, donde los hacheros reciben créditos al empezar la temporada; después tienen que trabajar y sufrir lo indecible para pagar lo adeudado. A los rebeldes se les envía a la intemperie, que aquí es como la muerte. Aspiran a enriquecerse rápidamente; talan los bosques con la misma furia implacable como exterminan focas y lobos marinos. Encontramos, además, algunos ejemplares de ciervos. Pero lo más sorprendente fue encontrar restos en los bosques de Aysén, de una población de blancos que, por alguna razón, huyeron de la civilización para encerrarse en estas soledades donde viven como nómadas. Si se les pregunta que qué están haciendo en el lugar, responden que esperando encontrar la Ciudad de los Césares.”
Para el viajero a Pacha Pulai cualquier época es buena. Debe saber que todo el sur de Chile son cerros y alturas de la Cordillera de la Costa, sumergidos en el mar por un fabuloso cataclismo. Desde el cerro San Valentín, en la laguna San Rafael, baja un ventisquero de más de cuatro mil metros de altura: en los días de sol es un río de oro que cubre y refleja las extrañas construcciones naturales de rocas, que parecen una ciclópea ciudadela tan deslumbrante que obliga a alejar la mirada.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

UTOPÍA.

El escritor Oscar Wilde solía decir: “El mapa del mundo estará incompleto si en él no incluimos al país de la Utopía”. Es un país ubicado en algún punto de la Tierra, siendo por excelencia la ocupación de sus gentes el satirizar a la sociedad de la época. Es, a la vez, una comunidad social ideal, inspirada en la razón natural:
“Los embajadores, después de permanecer allí un par de días, vieron menospreciado todo su oro y que los utópicos consideraban tan vil como para ellos codiciable... Extráñanse los de Anemolios, en efecto, de que alguien, pudiendo contemplar una estrella o el propio Sol, se complazca con el vano fulgor de una gema o piedrecilla...” (Tomás Moro, en “Utopía”, Londres, 1521).
El creador de Utopía, por lo demás, se opuso a la sociedad de su país y murió decapitado.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLA DE QUEEN.

Está cerca del Polo Norte, latitud 89°59’ 15’’, y fue descubierta por primera vez por el capitán John Hatteras, comandante del “Forward” de Liverpool, Inglaterra, quien llegó a la isla el 11 de julio de 1861, con cuatro compañeros. La isla de Queen está cubierta de residuos volcánicos, carece de toda vegetación y está dominada por un volcán en actividad del cual se dice es el sitio exacto del Polo Norte. Con su perro Duk, el capitán Hatteras conquistó la cima del volcán el 12 de julio de 1861, donde enarboló una bandera inglesa y al mismo tiempo perdió su cordura. Llevado nuevamente a Liverpool, fue internado en el Asilo Sten-Cottage. Los doctores observaron que había perdido el habla, y que únicamente podía caminar en dirección al Polo Norte.
Los visitantes a Queen notarán que el volcán ha sido llamado Monte Hatteras, y que hay una placa donde se lee: “John Hatteras-1861”.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

LUANA.

Conjunto de Islas en el Az Lural del continente subterráneo de Pellucidar, al noroeste del archipiélago de Anoroc. Están las islas densamente pobladas y son muy hermosas, aunque hasta el momento nadie ha aportado una descripción detallada de las mismas. Las gentes de Luana, como las de Anoroc, son Mezrops de piel broncínea, hábiles navegantes y pescadores. Si bien durante muchos siglos ambos grupos de islas eran rivales, y a menudo estaban en guerra unos contra otros, la rivalidad de hoy en día se refiere únicamente a la calidad de los buques que construyen.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

AIAIA.

Una isla en el extremo oriental del Mediterráneo, aunque algunos creen que se encuentra en el Mar Negro. Está prácticamente deshabitada excepto por Circe la hechicera y sus siervos, quienes viven en una casa de piedra pulida, rodeada de espesos arbustos y árboles en el corazón de un amplio valle.
Circe es peligrosísima pero de buen corazón, sin embargo se advierte a los viajeros que la visita a Ea (el otro nombre que se da a la isla) puede cambiar la perspectiva de vida de cualquiera, porque Circe tiene por costumbre transformar a sus invitados en lobos, leones y cerdos.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ANDORRA.

Una pequeña república en el sur de Europa, que no debe confundirse con el país de los Pirineos del mismo nombre. Andorra es una tierra de angostos valles y campos pedregosos en pendientes pronunciadas. Los cultivos tradicionales son las aceitunas y el centeno; el terreno seco no permite el trabajo mecanizado y el grano todavía se cosecha a la manera antigua, cortándolo a mano con una segadora. Andorra no es un país especialmente pintoresco, a pesar de las casas pintadas de blanco que rodean la plaza principal de la capital. Los andorranos sienten orgullo por el cristianismo tradicional de la región, y gustan de considerarse gentes piadosas. La religión está aliada muy cerca con la política; cuando la imagen de la virgen se pasea en procesión por las calles, va acompañada de soldados vestidos de verde-oliva, que marchan con bayonetas caladas. El día de San Jorge las vírgenes de Andorra están a cargo de la tarea tradicional de dar una mano de pintura blanca a toda la capital. Si bien por lo general es un país tranquilo, Andorra siempre estuvo marcada por una cierta xenofobia. Vale la pena dejar constancia que los andorranos son conocidos por haber expresado, en diversas oportunidades, fuertes sentimientos anti judíos, que ellos aplican con toda imparcialidad a judíos y no judíos por igual.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

BLEFUSCU.

Isla pequeña de la región de Lilliput, separada de la capital del país de los enanos por un canal de solamente ochocientas yardas de ancho. En tamaño y costumbres las gentes de Blefuscu son similares a los de Lilliput quienes, para casi todos los viajeros, resultan excesivamente pequeños. Blefuscu es el refugio tradicional de los bigendianos del imperio vecino, quienes no pudieron aceptar la doctrina liliputiense de abrir los huevos por el extremo chiquito.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLAS DE LAS ABEJAS OCUPADAS.

En el Mar Tirreno, así nombradas debido a que las calles de su ciudad bullen de actividad humana, con gentes corriendo de acá para allá ocupadas en el trabajo. Todos tienen su quehacer, nadie pierde un minuto. En ninguna parte de las islas se puede ver vagabundos o perezosos; los mendigos pierden entusiasmo al ofrecérseles un trabajo, y nadie regala nada, por lo que es muy difícil obtener una comida gratis. Sin embargo, los peces en las orillas del mar que toca las islas son notablemente gentiles y brindarán al visitante toda la información requerida.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLAS FLOTANTES CANADIENSES.

Ubicadas en Lago Superior son gobernadas por un dios muy molesto al cual los indígenas rinden tributo arrojando a las aguas tabaco y adornos. Las islas están repletas de hermosos árboles y flores, cristales brillantes y pájaros melodiosos. Sin embargo, si el viajero encantado intenta acercárseles, el dios celoso que guarda estas tierras para su propio regocijo arrojará una niebla sobre ellas, para esconderlas de lo ojos de los curiosos. No importa cuánto tiempo el viajero pueda invertir buscándolas: jamás nadie pondrá su planta en las islas Flotantes.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

EL PAÍS DE LAS RUINAS CIRCULARES.

De ubicación incierta, posiblemente está en la desembocadura de algún río por el extremo sur del Mar Caspio, donde la lengua zend no está contaminada con el griego. En la isla hay una pequeña colina, y zarzas y cañas de mambú crecen a todo lo largo de la costa cenagosa. El rasgo principal de la región está constituido por las carbonizadas ruinas circulares de un templo primitivo, coronado por un tigre o caballo de piedra. Aquí se puede soñar a un hombre y hacerlo vivir, y la única prueba de su irrealidad es que el fuego no puede hacerle daño. El soñar un hombre completo lleva más de un año; soñar sus innumerables pelos, es quizás la parte más difícil de la tarea. Los hombres soñados actúan como sacerdotes del dios del fuego en otros templos rotos, cuyas pirámides sobreviven a las corrientes en contra; otros viven entre los hombres normales, que no se dan cuenta de su existencia, y todo viajero que desee comprobar su propia realidad puede hacerlo pasando la prueba del fuego, de práctica común en las ruinas circulares.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ALDEA DE DALAND.

Famosa en Noruega por ser el único puerto conocido donde llegó el buque fantasma del Holandés Volador y el Judío Errante. Después de haber intentado doblar el Cabo de Buena Esperanza en una furiosa tormenta de viento, el holandés, capitán del barco, juró cumplir su propósito aunque tuviera que navegar para siempre. Por ello fue condenado a navegar hasta el día del Juicio Final, y solamente se le permitía detenerse una vez cada siete años, para que tuviera la oportunidad de encontrar una mujer que lo amara y le fuera fiel hasta la muerte. La dama fue una tal Senta, hija de un capitán de barco noruego, quien le demostró su devoción arrojándose al mar.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

CHANEPH.

Chaneph o la Isla de la Hipocresía, está habitada por toda clase de hipócritas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes. Los ciudadanos son, sin excepción, unos infelices murmuradores, aunque se dice que es posible llegar a tener algo de diversión con las mujeres hipócritas de la isla, quienes, por lo mismo, son ingenuas. Las gentes de Chaneph en su fanatismo son pobres y viven de las limosnas que les dan los viajeros de paso. Pero, como la ubicación de la isla no se conoce, éstos son pocos y muy espaciados.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLA INFANTE.

Es minúscula y está ubicada en el océano Atlántico al oeste de Inglaterra. En verdad es sólo una roca muy alta y escarpada sobre la cual se yergue un castillo imponente. Lo habita un caballero quien observa todas las reglas del honor, la caballerosidad y la hospitalidad. Parece que fue visitado por última vez hacia fines del siglo XV, cuando la isla era parte del Reino de Irlanda.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

UBAR o IREM.

Es la ciudad más rica posible. Dice en el Corán que el rey Sheddad decidió un día construir un lugar que pudiera competir -y ganar- con el sueño del Paraíso. Llamó a sus fieles súbditos y les ordenó que encontraran la región más agradable y deshabitada de la Tierra. Las obras duraron más de trescientos años, incluyendo inexpugnables fortificaciones. A la ciudad se accedía por dos grandes puertas, secretamente forjadas. Las habitaciones de los palacios estaban recubiertas de oro y plata, con incrustaciones de piedras preciosas. Los preparativos para la mudanza duraron veinte años. Lentamente, la caravana se fue acercando a Uban... sólo a un día de marcha, casi a la vista de las puertas de la ciudad, un grito procedente de los cielos destruyó a la comunidad del rey Sheddad en su totalidad, quedando Ubar deshabitada para siempre. Plotomeo también describe esta ciudad que con el tiempo se ha esperado encontrarla. Antes de su inesperada muerte, el mismo Lawrence de Arabia (Thomas Edward) planeaba una expedición al desierto árabe para descubrir la ciudad perdida. A partir de 1981 un grupo de entusiastas la ha buscado sistemáticamente, a partir del cineasta californiano Nicholas Clapp, a quien se han ido uniendo un arqueólogo, Georges Hedges, un aristócrata británico, Sir Ranulph Fiennes, y el investigador Alan Jutzi, de la Biblioteca Huntington, especialista en arquitectura árabe. Por su parte, Fiennes, amigo personal del sultán de Omán, contribuyó con el imprescindible apoyo logístico y financiero de los omaníes, mientras Hedges -por una inspiración sorpresiva- al enterarse que la NASA estaba tomando imágenes desde el espacio para localizar yacimientos arqueológicos en Egipto, logró copias de las fotos que enviaba el satélite espacial Challenger y los estudió junto al profesor de la NASA Charles Elachí. En 1992, un sistema ultra sofisticado que estaban usando incluyendo radares computarizados, les hizo concluir que, finalmente, sabían el sitio exacto en que yacía la “Atlántida del desierto”, como se ha dado en llamar a Ubar. Sin embargo, en tres años de excavaciones sólo han emergido ruinas de lo que parece, efectivamente, un asentamiento importante, pero muy alejado del supuesto esplendor de la ciudad que provocó tanto la ira divina.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

KUKUANALAND.

Es una vasta meseta africana, al centro del sur del continente negro, rodeada por las montañas Suliman, que forman a su alrededor una barrera infranqueable. Aquí brotan las dos montañas conocidas como los Senos de Saba, de unos quinientos metros de altura. Los habitantes son de origen zulú, pero hablan una antigua lengua zulú que parece corresponder aproximadamente al inglés de Chaucer comparado con el actual. Se dice que originalmente fueron los mineros llevados por el rey Salomón para desenterrar sus tesoros.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ERSILIA.

Es una ciudad de ubicación cambiante en la cual, con el objeto de dejar marcadas las relaciones que son la base de la vida de la ciudad, los habitantes extienden cuerdas en las esquinas de las casas, blancas o negras o grises o negras y blancas, según sea que quieran marcar una relación de sangre, comercio, autoridad o agencia. Cuando las cuerdas son tan numerosas que ya uno no puede pasar en medio de ellas, los habitantes se van; las casas se desmantelan; únicamente las cuerdas y sus soportes permanecen allí. Entonces, los habitantes reconstruyen Ersilia en otro lado, tejiendo un patrón similar de cuerdas cada vez con más complicaciones de acuerdo al orden de las cosas y sus relaciones, pero al mismo tiempo más regular que el anterior. Cuando ya no hay espacio, entonces nuevamente lo abandonan y se llevan a sí mismos y a sus casas a un sitio aún más lejano. De esta forma, al viajar por el territorio de Ersilia, el visitante se enfrentará con las ruinas de las ciudades abandonadas sin sus paredes, que no duran; no hay huesos de muertos, puesto que el viento los arrastra rodando, solamente telas de araña de intrincado tejido que busca una forma final.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

EL CASTILLO.

Es una ciudadela sin nombre construida a manera de fortaleza perteneciente al Conde de Westwest, ubicada en alguna parte de Bohemia. Consiste en un vasto conglomerado de edificios de dos pisos y algunas viviendas bajas ubicadas una al lado de la otra. Los visitantes que no han sido advertidos de que el edificio es en verdad un castillo, llegarán a creer que se trata de una ciudad pequeña. El Castillo tiene una sola torre, redonda y casi sin ninguna característica en especial, en parte misericordiosamente cubierta de hiedra y traspasada por algunas ventanas. El almenado de la torre parece incierto, irregular, apuntando al cielo como el dibujo balbuceante de un niño negligente o tímido. El Castillo domina por sobre un pueblo opresivo situado en la rivera de un río; nadie puede residir y ni siquiera pasar la noche en el pueblo sin permiso del Conde. Los habitantes tienen características físicas extrañas; sus cráneos parecen haber sido achatados a golpes y sus rasgos parecen retrasar la agonía de tales golpes. El invierno dura mucho en esta área y el pueblo usualmente está cubierto de nieve, algunas veces hasta en verano. Los visitantes son advertidos de que el acceso al Castillo es difícil cuando no imposible. Aunque hayan sido invitados por el Conde mismo, puede ser que se los haga esperar durante días sin cruzar el umbral, mirando cómo el contorno del Castillo cambia de forma de la bruma a luz.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLA DE LAS HADAS.

Es una pequeña porción circular de tierra en un río, cerca de una cascada, en algún lado de las montañas de los Estados Unidos. El césped es corto, saltarín, con un aroma dulzón, y está entremezclado con asfodelias. Los árboles son flexibles, alegres, erectos, brillantes, frágiles, graciosos como las imágenes orientales, con una corteza suave, esponjosa y multicolor. El extremo oriental de la isla se encuentra en la sombra más negra, con varias colinitas pequeñas que se ven bien, y que se supone que son las verdes tumbas de las Hadas, habitantes de la isla. Los ciclos de vida de las Hadas son breves; cada vez que pasan de la luz a la sombra es como si pasaran del verano al invierno.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

LA CIUDAD SIN SUEÑO.

Ubicada en el norte de Nigeria. Los habitantes tienen el singular hábito de no dormir, por lo que no tienen idea de lo que es un sueño. La ciudad es un lugar particularmente peligroso para los forasteros. Si al visitante se le ocurre pasar por alto la costumbre nocturna local y se duerme, como seguramente tiene por hábito hacer cada noche, los nativos, creyéndole muerto, procederán a cavar una tumba y a enterrarlo de inmediato, con gran pompa por ser un forastero.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ELDORADO, PAITITI o MANAOS.

Es una ciudad cerca del lago Parima, rodeada de montañas de oro, edificios y calles del mismo metal, así como ostentosas construcciones de oro blanco y piedras preciosas. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo ubica la primera mención de esta ciudad en 1534. Sin embargo, casi junto con la llegada de Cristóbal Colón en 1492, los españoles escucharon rumores sobre este reino, situado en algún lugar “de las inmensas y extrañas tierras que la providencia había deparado para el pueblo elegido de Castilla”.
El primero en lanzarse a la búsqueda de El Dorado es un hombre cruel: el alemán Ambroise Alfinger. Financió sus expediciones, entre 1529 y 1538, vendiendo indios marcados con fuego como esclavos en Santo Domingo. Al salir de Coro, capital entonces de Venezuela, sube por el río Magdalena masacrando a su paso a varias tribus indígenas. Finalmente, extraviado y con sus tropa dispersa, Alfinger debe abandonar su búsqueda después de varios intentos fallidos: durante su última incursión, durante un enfrentamiento con los indios, recibe en el cuello un flechazo envenenado y muere al poco tiempo. Esto no disuade a los demás conquistadores. Otro de ellos, Gonzalo Jiménez de Quezada, un abogado fascinado por la aventura, después de una larga y difícil búsqueda con sus hombres, durante la cual son acosados por los indios y consumidos por las fiebres tropicales, logra penetrar en la selva en enero de 1537 y conquista Bogotá: encuentra oro, diamantes y minas de esmeraldas, pero concluye que no es el soñado El Dorado.
El cronista Pedro Cieza de León, que narra incomparablemente los acontecimientos de la conquista de Perú, en la que era soldado, convence a Gonzalo de Pizarro, hermano de Francisco, a organizar un viaje a El Dorado. Dicho lugar se encontraba, según ellos, en las montañas situadas al oriente de Quito. Y parte Pizarro con su expedición a explorar El Dorado; ese mismo año de 1541, Hernán Pérez de Quezada consigue un permiso semejante en Bogotá para emprender igual exploración. Durante la búsqueda, Pizarro se encuentra acosado en medio de la selva amazónica, después de diez meses de vagar, y decide concederle permiso a uno de sus lugartenientes: Francisco de Orellana, para navegar el Amazonas; Orellana parte desde Guayaquil junto a Fray Gaspar de Carbajal, quien escribe una interesante relación del viaje, que los llevaría al Océano Atlántico y al virtual abandono de los hombres de Pizarro. Orellana desde entonces, afirmó haber ubicado la Isla de las Amazonas. Por su parte, el viaje emprendido por Quezada entró casi en el olvido, cuando regresan a Bogotá, más de un año después, los sobrevivientes dijeron no haber llegado pero sí estuvieran muy cerca; como prueba traían la información correcta de la geografía de la región de Mocoa y Pasto. Hay informe de otras expediciones fracasadas en búsqueda de El Dorado, en dirección del río Orinoco y las Guyanas (en 1559 y 1569), que, sin embargo, abren rutas nuevas.
Un aventurero paranoico que salió en búsqueda de El Dorado fue Lope de Aguirre, quien asesina, en un lapso de cinco meses, al organizador de la expedición: Fernando de Guzmán y a su colaborador inmediato Pedro de Urzúa, tomando el mando en un vertiginoso viaje a través de la selva. La odisea de este hombre ha quedado en la historia como Aguirre o La Ira de Dios.
Un explorador soberbio en búsqueda de la ciudad magnifica en plena selva fue Sir Walter Raleigh. Siempre estuvo poseído por la quimera de esta ciudad, que pensaba existía en algún lugar de la Guayana americana. Explorador de los territorios de Virginia y conquistador de tierras americanas, emprendió al Orinoco dos viajes en busca de El Dorado, en 1595 y 1617. En el relato del viaje que publicó hablaba de cosas tan sorprendentes y de riquezas tan enormes que incentivó el auge de la piratería en América. Cuando Antonio de Berrio, gobernador oficial de los territorios de El Dorado, fundó en la isla de Trinidad, la ciudad de San José de Oruña, y en los márgenes del Orinoco, Santo Tomé, lo normal era decir que la ciudad de Manaos, capital de El Dorado, estaba a orillas del lago Parima, cuyo fondo era un cerro resplandeciente de oro. La fábula fue muy popular en la España de la época, y muchos querían venir a buscar El Dorado, ¿acaso no fue el propio don Cristóbal el primero en vislumbrar la entrada al Jardín del Edén al explorar, durante su tercer viaje (1498-1502) la desembocadura del río Orinoco, creyéndolo el Ganges, uno de los cuatro ríos que nacen en el Paraíso Terrenal? En esa época más de dos mil personas se embarcaron hacia Trinidad y la Guayana. Sólo los guiaba la posibilidad de encontrar El Dorado. El fracaso fue total: el terrible clima, indios hostiles, las alimañas y la selva impenetrable han impedido descubrirla.
Los intentos por llegar a El Dorado han sido innumerables. Sólo anotaremos el último, que realizó un grupo de científicos liderados por el explorador y geógrafo Jacek Palkiewicz en octubre de 2001. En su primera excursión, de dos programadas, recorrió parte inexplorada del territorio peruano de la selva de Amazonas, intentando seguir el camino que siguieron para refugiarse los Incas con los tesoros de su imperio huyendo de los conquistadores españoles en 1532, cuando, de acuerdo a las crónicas, buscaron refugio en Paititi, como nombran en Perú a la mítica ciudad perdida. El objetivo del primer viaje ha sido comprobar por tierra y aire la exactitud de los datos obtenidos a partir de imágenes satelitales, informes de especialistas y testimonios de habitantes de la zona. En junio de 2002 se realiza una segunda expedición en la que participan más de cincuenta personas.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

OCTAVIA.

Es una ciudad como laberinto que está en Asia. Hay un principio entre dos montañas abruptas: la ciudad está sobre el vacío, sujeta a las dos cuestas con cuerdas, cadenas y peldaños angostos. Los viajeros deben caminar sobre los pequeños peldaños de manera concentrada, teniendo cuidado de no apoyar los pies en los espacios abiertos ni colgarse de las hebras de caña. Por debajo no hay nada por cientos y cientos de metros; se ven algunas nubes de paso; más abajo aún se puede vislumbrar apenas el fondo del abismo. El basamento de la ciudad es una red que sirve de pasaje y apoyo. Todo lo demás, en vez de elevarse, cuelga hacia abajo: escaleras de cuerda, hamacas, casas colgando como bolsas, ganchos de ropa, terrazas como góndolas, pieles de agua, chorros de gas, escupidas, canastas sobre sogas, estantes giratorios, regaderas, trapecios y aros para juegos infantiles, autos a cable, candelabros, recipientes con plantas colgantes. Suspendida sobre el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta comparada con otros lugares: saben que la red solamente va a durar un tiempo.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

CIUDAD DE LA ETERNA JUVENTUD.

Las aguas mágicas que tenían la virtud de rejuvenecer, dice la leyenda más antigua, brotaban de un manantial del río del Paraíso, fuente de vida descubierta en el Asia Menor, en tiempos de Alejandro el Grande. Traspuesta al Nuevo Mundo, la fábula cobró vida nuevamente. Al parecer, está en algún lugar de la Península de la Florida, y tiene por particularidad que en su centro hay un jardín que se inicia a partir de la Fuente de la Juventud. Cuando se produce el descubrimiento de América, la visión mística de aventureros como Gerónimo de Mendieta, que era un romántico, y fray Bartolomé de Las Casas, influyó decisivamente en América. En especial Las Casas, basado en la filosofía de San Francisco de Asís y en los movimientos espirituales de la Edad Media, plantea que son las sagradas escrituras las que podían ofrecer el máximo conocimiento para entender el naciente universo terrestre. Bajo esta visión la nueva tierra se convierte en el escenario geográfico en donde la humanidad podía crear un paraíso terrestre donde toda una raza de hombres sería consagrada a la pobreza evangélica, en un anhelo de volver a nacer con toda la inocencia y simplicidad adánica. Sin embargo, a esos intentos de convertir las nuevas tierras en el reino de Dios, no bastaba la acción de hombres como Sahagún. Había que ubicar geográficamente el Edén. Y el escenario primero más espectacular para los exploradores incentivados por esta fe se hizo la Florida. El adelantado Ponce de León, conquistador de Puerto Rico, fracasó en dos ocasiones (en 1512 y 1521) en que intentó llegar a la Ciudad siempre joven, y al cabo de un nuevo intento encontró la muerte de un flechazo recibido en combate con los naturales. Su experiencia levantó un velo siniestro sobre la Fuente de la Juventud. Alvar Núñez Cabeza de Vaca es quien vive la mayor aventura del siglo XVI en esos parajes: intentando llegar al sitio, el 17 de junio de 1527, zarpa de Sanlúcar de Barrameda hacia Florida en la expedición de Pánfilo de Narváez. De esta expedición (cerca de 600 hombres y cinco navíos) sólo sobrevivirán Alvar Núñez y tres de sus compañeros. Durante ocho años recorrieron a pie lo que hoy es el sur de los Estados Unidos, hasta internarse en la zona noroeste, donde, convertido en curandero, Alvar Nuñez realizó prodigiosas curaciones con plantas y aguas que le valieron el respeto religioso de los indios, pero, que se sepa, nunca llegó a la Ciudad de la Fuente de la Eterna Juventud.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

TUPIA.

Es una isla pequeña del Archipiélago de las Mardi, que lleva varios siglos deshabitada. Una leyenda del lugar se extendió por todas las otras islas vecinas: se dice que hace un millón de lunas, habitaba la isla una raza de gente muy pequeñita, de apenas unas pulgadas de altura. Sus cuerpos parecían cubiertos de una piel fina, suave como la seda, y en lugar de cabello poseían un muy fino césped de hojas lanceoladas. Los hombres lo usaban corto, pero las mujeres se lo dejaban crecer y lo regaban con agua de rocío, y además enseñaban a unos minúsculos pájaros-insectos de plumas escarlatas a que hicieran sus nidos en sus moños. Así podían ir de aquí para allá acompañadas de la dulce música del canto de los pájaros y del susurro de las hojas. En Inglaterra, hacia fines del siglo diecinueve, un temible ancianito utilizó el mismo sistema para decorar su barba, que en un momento dado albergó dos búhos, una gallina, cuatro alondras y un abadejo. Según la leyenda, las muchachas de Tupia no abrazaban a sus amantes, sino que los enredaban en sus cabellos vegetales. De muy jóvenes, los cabellos le florecían; esto se consideraba como una señal inequívoca de envejecimiento. Cuando el florecimiento llegaba a su apogeo, las jovencitas morían. Pero sobre sus tumbas, los cabellos de césped continuaban creciendo y floreciendo eternamente.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

MACONDO.

Narra Gabriel García Márquez que éste es un pueblo de Colombia fundado hace mucho tiempo por José Arcadio Buendía, que tenía una imaginación sin límite alguno. El fundador había ubicado las casas de tal manera que el habitante de cada una de ellas podía llegar al río a buscar agua con exactamente el mismo grado de esfuerzo que su vecino; y las calles fueron planeadas de manera tal que todas las casas recibían la misma cantidad de luz solar a lo largo de todo el día. Para el beneficio de la población construyó trampas pequeñas para atrapar canarios, petirrojos y ruiseñores, y en muy corto tiempo el pueblo estuvo tan repleto de sus cantos, que la tribu gitana que todos los años visitaba Macondo, para llegar se dejó guiar solo por la música. Hacia el Este, Macondo está protegido por una cadena de montañas altas y prohibitivas; hacia el sur, por majales cubiertos por una especie de sopa vegetal. Los majales se yerguen hacia el oeste y se transforman en un amplio cuerpo de agua donde cetáceos de piel delicada, con cara y torso de mujer, atraen a los marinos con sus senos firmes y tentadores. Hacia el norte, a muchos días de marcha por una selva peligrosa, está el mar. De un pueblito de algo así como veinte chozas de barro y caña, Macondo se transformó en una ciudad con tiendas y mercado. Esta prosperidad hizo que José Arcadio Buendía liberara a todos los pájaros que había atrapado con tanto cuidado, y los reemplazara por relojes musicales que había obtenido de mercaderes a cambio de pericos. Estos relojes estaban tan sincronizados que cada media hora la ciudad temblaba al sonido de campanas al vuelo, y cada mediodía, una explosión musical de cu-cús y valses glorificaba el principio de la siesta. Buendía también reemplazó las acacias alineadas en todas las calles por almendros y encontró un sistema para darles vida eterna. Muchos años más tarde, cuando Macondo llegó a ser una ciudad de casas de madera y techos de zinc, los almendros aún florecían en las calles fundadoras, aunque no había nadie en la ciudad que pudiera recordar haber presenciado su plantación. Entre los hechos más notables que forman la historia de Macondo, está la insólita epidemia de insomnio que asoló la ciudad. Lo más terrible de todo no era la imposibilidad misma de dormir, porque el cuerpo tampoco se cansaba, sino la pérdida gradual de la memoria. Cuando el enfermo se acostumbraba a permanecer despierto los recuerdos de su infancia comenzaban a desvanecerse, seguidos por los nombres y el concepto de las cosas; finalmente llegaba a perder su propia identidad y la conciencia de su propio ser, hundiéndose en un estado lunático sin pasado. Se colocaron campanas alrededor de la ciudad, y todo aquel que traspasaba él limite las hacia sonar para probar que todavía estaba cuerdo. Se aconsejaba a los visitantes no comer ni beber en Macondo, porque se suponía que la enfermedad era contagiosa. Los habitantes pronto se acostumbraron a este estado de cosas, y se eximían de la inútil actividad de dormir. Para no olvidarse qué cosa eran los diferentes objetos que lo rodeaban, etiquetaban cada uno con su propio nombre: "cubo", "mesa", "vaca", "flor". Sin embargo, los habitantes se dieron cuenta que si bien de esta forma iban a recordar los nombres de las cosas, su utilización podría llegar a olvidarse, así que agregaron en las etiquetas una explicación un tanto más extensa. Por ejemplo, un enorme cartel colocado arriba de la vaca informaba al observador: “Esta es una vaca; hay que ordeñarla todas las mañanas para obtener leche, y luego la leche, una vez hervida se agrega al café y se tiene café con leche.” A la entrada de la ciudad, los habitantes erigieron una señal que decía: “Macondo”, y un poquito más adelante, otro que rezaba “Dios existe”. Los habitantes de Macondo también inventaron un ingenioso sistema para contrarrestar los efectos de su extraña enfermedad y aprendieron a leer el pasado en los naipes, como antes los gitanos leían el futuro. Buendía también creó una máquina de la memoria dentro de la cual, cada mañana registraba los hechos de su vida pasada. De esta forma a cualquier altura, podía poner la máquina a trabajar y recordar todo su paso día por día. La epidemia terminó cuando el gitano Melquíades quien había muerto pero había regresado porque no podía tolerar la soledad de la muerte, llevó a Macondo un antídoto del insomnio en forma de un líquido dulzón en botellitas pequeñas. Los habitantes bebieron la poción e inmediatamente pudieron dormir. Otro hecho importante en la historia de Macondo fue la idea de construir un templo inmenso bajo la dirección del Padre Nicanor Reyna, quien en ese entonces se encontraba viajando alrededor del mundo con la intención de establecer un santuario en un centro de impiedad, y tenía en mente un templo lleno de santos tamaño natural y ventanas con vitrales. Sin embargo, las gentes de Macondo que vivían desde hacía tanto sin sacerdote, habían establecido contacto personal con Dios y se encontraban libres de la mancha del pecado original. Después de beberse una taza llena de chocolate, podían levitar a unos doce centímetros del suelo. Al ver que Macondo no era el centro de impiedad que andaba buscando, el Padre Reyna continuó con sus viajes. En años más recientes Macondo presenció la creación de una plantación de plátanos americano en su tierra, y la ciudad quedó unida al resto del mundo por medio de un ferrocarril. Pero a causa de una huelga, lluvias torrenciales y luego una sequía la plantación quedó abandonada y la prosperidad de Macondo fue borrada de la faz de la tierra por un violento ciclón.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

MARE TENEBROSUM.

Su ubicación es imprecisa pero generalmente se dice que es un lugar en las aguas del océano Atlántico (que significa “sufrimiento por el agua”); es un sitio arcano que nace del lado oscuro del mar ancladas sus raíces en lo más profundo. Se cree que sólo las almas condenadas a un viaje sin término vagan por aquel sitio abismal pleno de peligros, batido por las tormentas y privado de la luz del sol. Sus aguas, según contados sobrevivientes, son tan densas que cierran el paso a los buques, pululando una multitud de seres espantosos. Peces alados carnívoros bullen en las olas; ávidos tentáculos de pulpos gigantes azotan el aire. Serpientes marinas de aliento flamígero tienen allí su reino, son semejantes en todo al Dragón y suelen asolar otros mares donde se aparecen y engullen barcos enteros de un solo trago. La boca misma del Mare Tenebrosum es tan inmensa que cuando bosteza, una vez cada tantos años, sepulta a un continente entero en las aguas, en lo que dura una noche y un día, como engulló a la Atlántida, dicen las crónicas…
© Waldemar Verdugo Fuentes.

LA ATLÁNTIDA.

La Atlántida es una ciudad técnicamente adelantadísima hundida en un punto de las aguas del planeta, posiblemente del océano Atlántico entre el Cabo de Buena Esperanza, en África, y el Cabo San Roque, en Brasil. Desde que se sabe, la existencia de esta ciudad siempre ha tenido defensores y quienes la niegan. Paul Rivet (en “Los crímenes del hombre americano”) afirma que “no pasa de ser un mito poético”, y se remonta a la opinión de Paul Coussin, que se expresaba en estos términos: “La civilización Atlántida no puede existir en época alguna, no puede emplazarse sino fuera del tiempo, así como lo está fuera del espacio. No ha existido en ninguna parte”. Sin embargo, algunos la sitúan históricamente, como el griego Platón, en sus diálogos “Timeo” y “Critias”. La noticia sobre la Atlántida surgió en el siglo VI antes de nuestra Era, durante una conversación mantenida entre el estadista griego Solón (640-560 A.C.) y un sacerdote en Sais, capital entonces de Egipto. Platón relató esta conversación en sus Diálogos. Dice en “Timeo”: “En aquel tiempo se podía atravesar este mar (el Atlántico). Había una isla frente a este pasaje que llamáis las “columnas de Hércules” (el estrecho de Gibraltar). Esta isla era más grande que Libia y Asia juntas. Y los viajeros de aquel tiempo podían pasar de esta isla a las otras islas, y desde éstas ganar todo el continente en la ribera opuesta de este mar, que merecía su nombre. Ahora bien, en esa isla Atlántida, unos reyes habían formado un imperio maravilloso. Este imperio era dueño de la isla entera y también de muchas otras islas y porciones del continente. Además, en nuestro lado dominaba desde Libia hasta Egipto y Europa hasta Tirrenia (la Italia occidental). Esta potencia, habiendo concentrado una vez todas sus fuerzas, emprendió la tarea de avasallar con un solo empuje vuestro territorio y él nuestro y todos aquellos que se encuentran a este lado del estrecho. Entonces fue ¡oh, Solón! cuando el poderío de vuestra ciudad hizo brillar a los ojos de todos su heroísmo y su energía. Pues ha superado a todas las demás por la fortaleza de su alma y por su arte militar… Pero, en los tiempos que siguieron hubo temblores de tierra espantoso. Y en el lapso de un día aciago y una aciaga noche todo vuestro ejército fue tragado por la tierra, y de modo semejante, la isla Atlántida se hundió en el mar y desapareció. He aquí por qué este océano es aún hoy día inexorable, por el obstáculo de los fondos cenagosos y muy bajos que la isla depositó al sumergirse”. De acuerdo con el “Critias”, que Platón dejó inconcluso el año 355 antes de nuestra Era, en la Atlántida habían minas de bronce, estaño, plata, oro y otros minerales preciosos. Los atlantes habían construido edificios públicos, muelles, puentes intercontinentales inclusive, y larguísimos canales navegables, palacios y templos. En la construcción de edificios públicos y muelles habrían empleado piedras blancas, negras y rojas. Solían rodear sus ciudades con murallas hechas de bronces y estaño. Había baños públicos, campos de deportes para hombres y mujeres, hipódromos; había innumerables templos construidos a varias deidades, siendo el principal el templo consagrado a Poseidón, situado en el centro de la Atlántida. En agricultura, cosechaban dos veces al año. El clima era semi tropical; habían muchos animales salvajes, pero habrían domesticado algunos, como el caballo. Los atlantes habrían sido gentes sabias y virtuosas al principio pero su propio adelanto habría degradado su sociedad con el curso del tiempo. Según Platón la ciudad principal de los atlantes se calzaba en una gran montaña, protegida por tres líneas de canales anulares unidos con el mar. Afirma también que en Atlántida había manantiales y fuentes de agua caliente; según sus informes, la isla fue tragada por las aguas unos doce milenios antes de nuestra Era. Aparte de sus escritos no hay en la literatura antigua mención al fabuloso sitio, sin embargo, los juicios que se han emitido a lo largo de nuestra historia son innumerables. Hay incluso investigadores que la han situado en otros mares y continentes, que la han confundido con grupos de islas y una isla en especial, como el pastor alemán Jurgen Spanuth, que la ubica en la isla de Heligoland (en su obra “La Atlántida reencontrada”), situada en el mar de norte, frente a la costa azul de Dinamarca; después de largos y acuciosos estudios de los escritos platónicos, de los bajorrelieves de Karnak y de Medinet Habou (posibles testimonios atlantes), de escritos dejados por Homero y autores posteriores, y de investigaciones personales con la ayuda especializada de submarinistas, llegó a la conclusión de que Heligoland no es otra cosa que la Atlántida, o una porción de ella, en el peor de los casos. La inspección submarina alrededor de esta isla, según su libro, reveló la existencia de una ciudad sumergida de varios kilómetros y muros hechos de piedras rojas, blancas y negras en perfecta concordancia con lo aseverado por Platón. Afirma, además, que los hombres del norte que invadieron el sur de Europa y el norte de África, fueron los mismos hombres que lucharon contra los egipcios, atenienses y otras naciones durante el reinado de Ramsés II, hacia el año 1195 A.C., y que eran todos de la misma raza Atlanta; según lo que dice Spanuth, “estos hombres del norte del siglo XIII A.C. y los Atlantes de Platón no hacían sino un solo pueblo”. Por su parte, el geólogo francés Pierre Termier quien en 1898, con motivo del tendido de un cable submarino que se cortó y hubo que emplear garfios especiales para izarlo, al norte de las islas Azores, descubrió “esquirlas minerales con aspecto de astillas recién rotas”, las que a juicio de Termier eran de una lava vidriosa que solo pudo consolidarse merced a la presión atmosférica, es decir, que el material extraído y analizado habría estado antes sobre la superficie del océano Atlántico. Algunos afirman que el hallazgo de Termier, suficientemente analizado con los adelantos de la ciencia, constituyen una prueba geológica de que en el sitio hubo antes tierras, lo que ha llevado a algunos a sostener que las islas Azores son vestigio del continente perdido, o más exactamente, las cumbres más altas de la Atlántida, conjuntamente con las islas Canarias, Madera y otras situadas frente a la costa del norte de África. Hoy se sabe positivamente que en el fondo del océano Atlántico existe una cadena de montañas que corre de norte a sur, ininterrumpidamente hasta llegar al Ecuador por una cadena transversal que va de este a oeste; el descubrimiento de tales cadenas ha llevado a los geólogos a formular la teoría de los Puentes que, según Termier, permitiría explicarse la similitud de la fauna y la flora observadas y estudiadas a ambos lados del Atlántico como mastodontes y elefantes, que antes vivían “únicamente en América, de donde habrían emigrado; Antílopes, que antes vivían en el Sudán y que pasaron posteriormente a las planicies de la sierra nevada, caballos y bisontes…”
Una tradición sudamericana narra que el dios solar Bochica o Botchica (llamado también Merqueteba y Zuhé) según los grupos Chibchas, llegó a Colombia montado en un camello. Es decir que a ambos lados del Atlántico se encontrarían especies terciarias y cuaternarias. En la flora, Termier cita al plátano, “que no se encuentra en estado silvestre en ninguna parte de América y que es un planta originaria de las comarcas tropicales de Asia y África y que no resiste un viaje a través de zonas templadas; o el trigo, que tampoco se ha encontrado nunca en verdadero estado silvestre, e innumerable cantidad de especies vegetales que sería largo enumerar”. Otro hecho biológico que citan algunos investigadores es el fenómeno de la reproducción de las anguilas que, según, por ejemplo, el atlantólogo A. Braghine (autor de “El enigma de la Atlántida”), viajaban para depositar sus huevos desde los estanques y ríos de Europa en dirección al mar de Sargazo, cerca de las Bermudas, a causa, probablemente, de la existencia en una época anterior de un gran río que fluía entre Europa y las Bermudas, recorrido que en aquel tiempo hacían las anguilas y cuyos descendientes lo recuerdan instintivamente; actualmente se investiga si tal río no subsiste en forma de corriente submarina. Hay autores que afirman que existe sintomática similitud lingüística, religiosa y arqueológica entre las Américas y Euro-África, como el norteamericano Auguste Le Plongeon, que ha estudiado largamente la semejanza entre palabras mayas y palabras del griego antiguo, también entre el alfabeto maya y ciertos jeroglíficos de Egipto antiguo; plantea que según la tradición los mayas eran atlantes y estuvieron en Egipto donde habrían fundado una poderosa colonia; también asegura Le Plongeon que el “chiapaneco”, idioma hablado por una tribu indígena del Sur de México, contiene vocablos de la lengua hebrea. Algunos ejemplos de semejanza lingüística que cita, tres casos, son: la palabra “ko” que en indio quiere decir “monte alto”, y que en vasco significa “sitio”, siendo ki en akadio. La palabra “él” en indio significa “el sol”, y "el" era el dios solar de los caldeos y Fenicios; en hebreo, Elhoa significa “dios” y Elhoim “dioses”, y por último “Teo” (o A”Zeo”) en tolteca significa “dios” y en griego “Dios” es Theos y Zeus; en sánscrito “Diaus”, en latín “Deus”, “Día” y ”Zia” en celta y en Aymará “Ti” y en chino “T´ien”… sobre las semejanzas religiosas, otro investigador, Serge Hutin, escribe:
“Los símbolos tradicionales como la cruz, el círculo, la serpiente, el disco solar, la svástica, etc., se encuentran tanto en las civilizaciones de la América precolombina como en las grandes culturas del viejo mundo. La cruz representaba la dualidad de la naturaleza, la unión del espíritu con la materia, de suerte que no era exclusivamente un signo cristiano, sino adoptado por el cristianismo con posterioridad. Así, en América existen la llamada cruz de Palenque, la cruz de Mayapán y la cruz de Teotihuacán, sólo en México. El círculo simboliza la eternidad sin principio ni fin; el disco solar, la fuente de donde procede no sólo la luz, el calor y la vida, sino la fuerza de nuestro sistema solar o fuerzas electromagnéticas; la svástica, aludida a las energías del universo en perpetuo movimiento. La serpiente ha simbolizado desde siempre a los dioses creadores de la tierra, la sabiduría divina terrenal, los sabios, la regeneración y la inmortalidad, a excepción de la serpiente bíblica hecha por los sacerdotes hebreos posteriormente. En cuanto a las similitudes arqueológicas, según Serge Hutin, “las pirámides de los Mayas con las de Egipto manifiestan una misma estructura del pensamiento religioso.”
Según Kriyaban, conforme a la tradición hindú “Atlántida se extendía hasta Escocia por el noroeste y comprendía la península del Labrador en esa dirección, adentrándose a partir de allí por el océano Atlántico en todas direcciones, incluyendo Canadá y, por el sur, gran parte de Brasil”. Según la tradición tibetana, según el mismo Kriyaban, “había colonia atlantes en el lado este de la América del norte; en lo que es hoy el Mar Caribe, que entonces era una hermosa llanura que comprendía el Golfo de México y la América central y también en el norte de Brasil, en Perú y en Bolivia. También hubo colonias atlantes en la Península Ibérica y en el noroeste de África."
La Atlántida habría existido ya en el período Mioceno, remontándose su antigüedad a unos ocho millones de años. Su hundimiento no fue súbito, sino gradual. Hubo, se dice, tres grandes cataclismo, siendo el último el que liquidó todo vestigio de la Atlántida, y "tuvo lugar aproximadamente en el año 9564 A.C. Los atlantes habrían alcanzado un elevado grado de civilización, llegando incluso a inventar aparatos de navegación aérea, como se menciona en algunas escrituras hindúes en idioma sánscrito, como por ejemplo el Samarangana Sutra Dhava, que los nombra “vimanas”. Paralelamente con la decadencia de este pueblo, que llevaría a su autodestrucción, el eje de la Tierra se movió, provocando terremotos, maremotos, hundimientos y levantamientos de tierra en todo el orbe, lo que dio origen a la leyenda del Diluvio universal (la hipótesis de Hoerbinger es que la Atlántida se hundió a causa de una explosión debido a una luna que la tierra capturó y atrajo hasta el punto de choque, existiendo ante dos lunas, lo que concuerda con otras tradiciones remotas).” También Kriyabán afirma que los atlantes que lograron salvarse, ya degenerada su raza, “habrían sido los hombres de la edad de piedra y los hombres de Cromagnon en Francia”, los antepasados de los chinos (que eran más altos que los chinos actuales), los hebreos, los mogoles y los fenicios. Los atlantes habrían poseído facultades extraordinarias hoy perdidas, como la transmisión del pensamiento. En general después de la hecatombe la estatura del hombre disminuyó y se acortó su edad. Así es que la mayor parte de la población terrestre actual serían descendientes de los atlantes (los de piel roja, cobriza, blanca, morena y amarilla); siendo Aria la otra porción.”
Científicos norteamericanos como James Mavor, del Instituto Oceanográfico de Wood Hole, y Emily Vermeulle, del Museo de Bellas Artes de Boston, por su parte, sostienen que el único vestigio de Atlántida es Thira, una pequeña isla griega del Mar Egeo, situada al sur de las islas Cyclades, a una distancia de 128 millas del Pireo y a 68 millas de Creta. En la zona, desde la década de 1970 se han venido descubriendo vestigios de lo que parece una ciudadela hundida. Lo cierto es que el grupo de islas situadas en la región dan la impresión de haber sido lanzadas en todas direcciones por una explosión gigantesca. El sismólogo griego Angelos Galanopulas había presentado unos años antes la hipótesis de que la destrucción de una antigua ciudad minoica en lo que hoy es Thira y alrededores era precisamente lo que había inspirado, con toda probabilidad, a Platón para crear el mito. La catástrofe ocurrida en Thira habría sido de proporciones verdaderamente inauditas. Los oceanógrafos, verdaderamente, han descubierto en el fondo del Mar Egeo sedimentos de cenizas volcánicas que cubren una superficie inmensa. El científico norteamericano Bruce Hiesen considera que la explosión del volcán Santorín que hay en la isla pudo ser la causante, y de intensidad parecida a la erupción del volcán de Krakatoa (Indonesia) en 1883, donde murieron 36.000 personas, quedaron destruidas varias islas pequeñas y las gigantescas olas que se originaron dieron la vuelta a todo el planeta; fue tanta la ceniza volcánica que cayó en la atmósfera que la luz de la puesta de sol que fue de un rojo vivo en el mundo entero a lo largo de todo un año, como está debidamente certificado. Según Hiesen, la catástrofe de Thira minó las mismas bases de la agricultura minoica y condujo con ello a una decadencia rápida de aquella civilización y a su desaparición alrededor del año 1400 de nuestra Era. Si es o no el vestigio auténtico de la Atlántida no se sabe aún, pero el descubrimiento de toda una ciudad minoica en Thira es ya por sí mismo uno de los hallazgos arqueológicos más notables del siglo XX: la antigua ciudad ocupa, según cálculos primarios, un área de más de media milla cuadrada; sus habitantes, cuyo número llegaba probablemente a 30.000, vivían en casas de piedra de dos o tres pisos adosadas unas a otras; se ha encontrado también el palacio veraniego de algún aristócrata rico. Desde el punto de vista de los arqueólogos, esa ciudad tuvo una suerte extraordinaria: quedó completamente enterrada durante la posible erupción del Santorín; la ceniza volcánica ha conservado en Thira hasta hoy con intangibilidad absoluta hasta los frescos pictóricos y los objetos de madera, que hubieran desaparecido inevitablemente si la destrucción de la ciudad se debiera a causas distintas; se han rescatado tinajas gigantescas para la conservación de aceite de oliva y vino…” algo parecido sucedió en las ciudades romanas de Herculano y Pompeya. Pero allí la erupción del Vesubio fue de improviso, por lo que una parte considerable de los habitantes de ambas ciudades quedaron enterrados juntamente con su bienes en las cenizas volcánicas.
"Los habitantes de Thira -continúa Hiesen- no corrieron tan triste suerte; hasta ahora en las excavaciones realizadas en la isla se han encontrado sólo dos esqueletos humanos; tampoco hay objetos preciosos de oro o plata: por lo visto el volcán hizo muchas advertencias serias antes de estallar definitivamente. Por cierto que aún no podemos afirmar que sean los restos de la Atlántida, pero tampoco se puede negar. Con los adelantos técnicos para la arqueología que traerá el tercer milenio, sin dudas, estaremos en condiciones de dilucidar el misterio de Thira: ahora sólo podemos hacer muy poco más sin dañar lo que ya está excavado, porque es cierto que la arqueología no se ha visto mayormente beneficiada con la creación de herramientas para desempeñar su trabajo, y menos aún si las ruinas se encuentran sumergidas en las aguas”.
Por lo demás también en la década de 1970 nace en España la Confederación Atlántida, a propósito de las llamadas Pirámides de Guimar, en la isla volcánica de Tenerife, donde se asegura que francamente es ese y no otro sitio donde estuvo la ciudad fabulosa. Según Emiliano Bethencourt, descubridor del sitio y cuya hipótesis del origen atlántico fue dada a conocer mundialmente por Thor Heyerdhal, hay más que suficientes pruebas para creerlo así a partir de 1975, cuando la opinión generalizada de la Pirámides de Guimar era que aquéllas no eran sino simples amontonamientos de piedras, cuando salieron a la luz, entre otras, dos estatuillas particularmente interesantes: miden poco menos que una mano, pero parecen ser representaciones de otras más grandes, algo impreciso en ellas “que da la impresión de que están conectadas con la más remota memoria colectiva de la humanidad”. Una, con la boca abierta y una especie de auriculares sobre las orejas, recordaría algunas estatuas antropomórficas mayas del Yucatán, lo cual resulta ya más que sorprendente habiéndose encontrado en Tenerife. Pero es que, además, sostiene una pirámide en la mano derecha. Sin embargo, la otra está tan cargada de simbolismo “que su descubrimiento raya en lo inaudito: es nada menos que una figura mitad zoomórfica mitad antropomórfica, que representa a un ser humano con la cabeza de un toro, animal que cuya existencia en la antigüedad de las islas Canarias no se ha tenido noticias hasta ahora. Si se descarta que el artista haya podido copiar el modelo del toro de su realidad circundante, podría tratarse del modelo importado de una civilización no identificada todavía que llegó a la isla en una época imprecisa; tiene, como Polifemo, un único ojo abierto a la altura de la frente, y en el pecho una espiral, símbolo de la divinidad solar; mantiene como la otra figura una actitud propia de la iconografía del antiguo Egipto y, lo más llamativo, sostiene en la mano derecha un tridente, como Poseidón, y en la izquierda, una especie de pirámide. En ninguna otra parte del mundo se ha encontrado hasta ahora figura alguna en que aparezcan ambos símbolos juntos, la pirámide y el tridente”.
En 1994, otra investigadora, Luisa Montoro, dice: “Si tenemos en cuenta que Poseidón, dios del mar, era asociado en la Grecia antigua a la figura del toro, las sugerencias que promueve esta figura son impresionantes. ¿Señor de dos mundos, que pone en comunicación el reino que está más allá del mar (un tridente) con el reino de Egipto (una pirámide)? Todavía es pronto para dilucidar este enigma, que sin duda dará muchos quebraderos de cabeza a quienes se empeñan, contra viento y marea, en sostener que los primeros y únicos visitantes de la isla de Tenerife fueron los Bereberes de África del norte”. Sin embargo, lo más interesante que se ha logrado comprobar con fotos tomadas al sitio desde satélites en órbita, es que efectivamente existe en las aguas de las islas Canarias una enorme construcción sumergida, que se ramifica a partir de lo que semeja una muralla de dimensiones insospechadas, porque se pierde enfilando desde la costa meridional de Marruecos hacia el sureste en pleno Atlántico. El relieve muy accidentado de Canarias a partir del atlas africano, en realidad, parece resultar de una fenomenal catástrofe. Para Bethencourt, “las Canarias son tierras todavía emergentes de un continente hundido como consecuencia del cataclismo cuyos ecos llegaron a la antigüedad clásica, amplificados hasta nuestros días por las referencias de Platón. Esta construcción sumergida y los restos arqueológicos hacen posible la probabilidad de que sea la Atlántida”.
La primera luz sobre el sitio la dieron los submarinistas Néstor Chávez, Moisés González y José Avero Dorta, cuando trataban de encontrar las huellas de un galeón español hundido frente a las costas de Tenerife al norte y en vez de eso localizaron a unos 30 metros de profundidad el inicio de una especie de muro semicircular, formado por grandes bloques de piedra enterrados en el mar. Estas imágenes primeras de la ciudadela fueron recogidas en video, y fue posible comprobar que los diagonales de los bloques son perfectos ángulos de 90 grados, coronados por una especie de ventana cuadrangular que se interpreta como lo que fue una especie de desagüe, con lo que se descartó la posibilidad de que fueran roqueros naturales. En los años posteriores se ha estado limpiando el sitio sumergido, prácticamente, de manera artesanal, bajo la guía de Bethencourt, quien en 1993 envió unas muestras de roca a la Universidad de Manchester (Inglaterra), donde, en principio se analizó su antigüedad con carbono 14 dando más de 16.000 años de exposición; Bethencourt ha declarado más recientemente que, “en la costa oeste de Tenerife, como parte de la ciudadela, se observa una plataforma que tiene columnas. Las que hemos ido limpiando sin ninguna ayuda oficial; ahora pretendemos obtener los fondos necesarios para sumergir un robot acuático que pueda filmar imágenes más profundas”.
En su obra “De Sevilla al Yucatán”, el célebre escritor Mario Roso de Luna sitúa, precisamente en Guinar, Canarias, no sólo a los “depositarios de los antiguos conocimientos atlantes”, sino también a la mítica “Cueva de los Reyes”, que marca una de las entradas al reino que hay en el fondo de la Tierra, “señalado con los sarcófagos que conservan los restos de los más antiguos príncipes guanches, los habitantes primitivos de las Canarias, de quienes hoy en día no queda ningún descendiente”. Bethencourt sostiene que tal cueva no es mítica en absoluto, y que a ella se tendría acceso a través de un tramo tapiado de otra gruta, cuya boca se encuentra, justamente, al pie de las pirámides de Guinar. Las pirámides son hoy propiedad del empresario noruego, amigo de Thor Heyerdhal, Fred Olsen, quien ha intentado hacer del sitio una especie de museo, pero nada se sabe si Olsen pretende auspiciar también excavaciones profundas. Otro explorador notable, Henry Schliemann, el descubridor de Troya, va más lejos; luego de años de investigar, dijo: “He llegado a la conclusión de que la Atlántida no ha sido solamente un inmenso país entre América y las costas occidentales de África y Europa, sino que creo que es la cuna de toda nuestra civilización…”
© Waldemar Verdugo Fuentes.

PARAISO DEL EDÉN.

Región circundada por ríos donde el hombre vivió por mandato de Dios en la creación del mundo, según la teogonía judeo-cristiana congregada tras un dios monoteista, asimilando a una serie de acciones como la ordenación del mundo, aparición por su obra y gracia del primer hombre desde el polvo de la tierra y su ubicación en el cosmos inicial en esta especie de jardín ideal. Siguiendo a algunos pensadores como San Agustín, el gran hundimiento diluviano que desbordó las aguas no pudo alcanzar el Paraíso del Edén, en que la cima toca la esfera lunar, es decir, se halla más allá de la influencia del cambio (identificado con el mundo sublunar), en el punto de comunicación de la tierra y el cielo. Dante Alighieri sitúa al Paraíso en la cima de la montaña del Purgatorio, identificando al sitio con la montaña polar de todas las tradiciones. La concepción geográfica del Paraíso sigue la concepción tolomeica del universo: está dividido en nueve cielos concéntricos que giran en torno a la Tierra; en el décimo cielo, el Empíreo, que los abarca a todos, los bienaventurados residen en una rosa mística y disfrutan, según sus méritos respectivos, de la visión de Dios. Los cielos corresponden a los diversos grados de la perfección espiritual. Se dice que el Paraíso está dividido por una cruz formada por cuatro ríos que delimitan su forma, semejante al corte vertical de una esfera que parece un huevo; encontrándose el corazón del sitio en el plano que le divide en sus dos mitades superior e inferior, es decir, en el límite del Cielo y la Tierra.
El mítico Paraíso prácticamente forma una parte destacada en casi todos los pueblos con tradiciones, lo que proporciona indicios de su fundación, porque tal uniformidad solo pudo ser motivada por una tradición original perdida en el tiempo que hemos conservado a retazos e influenciada por la historia y geografía propia a cada pueblo. Contemplando distintas descripciones, aparecen claramente grupos diferenciados en cuanto a la función y destino que poseía este misterioso, oculto, inaccesible o desaparecido lugar. Unas tradiciones afirman que otros seres de características sobrenaturales habrían creado al hombre situándolo en una región cuyos dones particulares le ofrecían la posibilidad de una vida inalterable y feliz. Otras tradiciones coinciden más radicalmente en su apariencia material, naturalmente pleno. También hay aquellas que en su búsqueda de respuesta al tránsito de la muerte generan la creencia en un proceso de valorización de las acciones personales, tras la cual se encuentra sentido a todo el universo y a nuestra situación en él, superando nuestra condición mortal involucrándonos en este jardín encantado de Edén, ese lugar privilegiado que tiene características únicas por su belleza y ausencia de cualquier situación crítica, en cuyo centro crece un árbol cuyos frutos son la Ciencia del Bien y el Mal. Este Paraíso excelso en que vivían el hombre y la mujer se perdió luego de la expulsión decretada por un proceso de negación y caída rota la prohibición impuesta, que relaciona el sitio con otras tradiciones que hablan de un mundo de sueño perdido y no recuperado.
Según la tradición judeo-cristiana, entonces, Dios decide resguardar poniendo en el huerto de Edén querubines (en "Génesis" III, 24): "y una espada encendida que se revolvía a todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida¨. La voz “paraíso”, como sitio maravilloso levantado como joya en la sopa primigenia, en su acepción relacionada con una tierra maravillosa en la que moraban gente privilegiada, se habría utilizado por vez primera para designar el reino perdido del extremo oriente, cuyo nombre en sánscrito era “paradesha”, “la comarca suprema”; de tal denominación derivó “paradiso” y “paraíso”, como lugar ideal al margen de nuestra realidad.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

THULE, HIPERBOREA.

Thule regía los destinos de Hiperbórea, más primitiva aún que Paradesha. Ubicada en algún sitio entre los pueblos nórdicos, el lugar fue construido con piedras de cristal rodeado por altas murallas de hielo, generalmente viendo a Groenlandia, la “tierra verde” de los pueblos arios. Si este lugar existió en un tiempo, desapareció por completo, y si fue un estimulo arquetípico, cumplió perfectamente su función. De la existencia verdadera del sitio hay referencias históricas: por ejemplo, los historiadores latinos Diodoro de Sicilia, Plinio y Virgilio mencionan el continente Hiperbóreo como una gran isla situada en el Artico. En el siglo XX, investigaciones y sondeos llevados a cabo por diversos científicos en las regiones polares dieron como resultado la detección por sónar de todo un inmenso continente con sus distintos accidentes geográficos, bajo capas de hielo de centenares de metros de espesor. En otro tiempo, los polos poseían un clima más benigno, incluyendo flora y fauna de temperaturas cálidas. Se han descubierto restos fósiles de plantas y animales correspondientes a zonas templadas, lo que evidencia la drástica transformación climática sufrida en el Artico. Tradicionalmente, los hiperbóreos de Thule o Tula, Tulle o Toulon, habrían transmitido su herencia cultural a celtas, germanos y vikingos, conservando estos grupos humanos la visión posible de una región muy al norte donde crecían verdes pastos, la caza era abundante y su temperatura era cálida. Se dice que Groenlandia, entonces libre de hielos, formaba tres islas principales, como se ve en los legendarios mapas de Piri Reis, que conserva el trazado de sus costas. Al margen de lo anterior, nada nos confirma su existencia. Sin embargo se dice que existe, aún hoy, oculta.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

SHWETA.

Shweta, la Isla Blanca de los Bienaventurados, está ubicada al norte de la India, en tal lugar se eleva la Montaña Blanca o Montaña Polar, coincidente con la Osa Mayor, morada simbólica de los siete sabios apuntando desde el cielo este sitio preciso en la tierra. Entre los exploradores que intentaron llegar al sitio, en la antigüedad destaca el héroe Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, que se hizo tan grande y sabio que los dioses crearon un ser de enorme estatura llamado Enkidú, para ponerle a prueba o acabarle, Gilgamesh vence y entabla una amistad con su amigo que le ayudará a partir de ese momento en toda una serie de acciones heroicas. Al caer Enkidú por una maldición de la diosa Tshtar, Gilgamesh decide ir a la búsqueda de la isla blanca donde reina la inmortalidad, para lo cual debe encontrar a Utnapishtim, el único sobreviviente del diluvio, que vive para siempre. A través de su viaje, Gilgamesh se ve forzado a efectuar la travesía del túnel que atraviesa el sol cada día, guardado por los hombres escorpiones, y después de doce horas de marcha en la oscuridad, sale al otro lado, encontrándose con un jardín maravilloso. Allí la ninfa Siduri, a la que éste interroga sobre el paradero del inmortal Utnapishtim, trata de persuadirle de su propósito haciéndole ver las excelencias del paraíso que ella le ofrecía: “Gilgamesh, hincha tu vientre y goza día y noche. Haz de cada día una fiesta y danza y retoza día y noche…” El héroe llega finalmente hasta el buscado maestro Utnapishtim, que le pone a prueba nuevamente antes de indicarle dónde está Shweta y la inmortalidad, pero Gigalmesh es derrotado en la prueba, perdiendo la posibilidad de transformarse en un inmortal. Y que se sepa, nunca nadie ha llegado a este sitio otra vez. Ni siquiera se ha logrado cruzar más allá de Utnapishtim, el que vive para siempre.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

MELUSINA.

Es un reino particular de aguas, de fuentes, se encuentran en algún lugar de Francia, pero los secretos de su naturaleza y de su origen están ocultos. El nombre del reino viene del hada Melusina, la gran constructora. Se dice que cierto día un joven noble, Raimundo encontró cuando cazaba, y después de haber matado accidentalmente a su tutor el conde de Poitiers, un hada que estaba cerca de la fuente de Cé (sed). Se enamoró de ella y el hada le amó, quedando embarazada se casaron y, siguiendo los consejos del hada Melusina, él pidió a su soberano, como feudo, la extensión de tierra que podría cercar una piel de ciervo, y el hada, cortando la piel en tiras muy finas, hizo una cuerda que comprendía, junto con el lugar actual de la ciudad de Lusignan, muchas tierras más, bosques y prados, dado el cordel geométrico. Luego, ella emprendió la construcción de castillos con numerosos obreros que hizo venir de no se sabe donde, según Douteville en Dits et Récits de la mithologie francaise: “y los albañiles hacían tantas obras y tan de prisa que todos los que pasaban por allí se quedaban atónitos… La construcción era erigida al son de una música que actúa sobre las piedras, las cuales parecen ir solas a ocupar el lugar que les corresponde…

"En un año hizo la bella señora
El burgo y el castillo de Melle.
Luego hizo Mouvant y Mervent
Y luego la torre de Saint-Maixent…”

Pero el hada Melusina presenta una maravillosa particularidad: hay días en que debe esconder sus pies porque estos traicionan su origen y se transforman en cola de pescado o de serpiente. Según otros, se le convierten en pies palmeados, como los de una oca. Ella es una pied-d´oie, Pedauque, pie de oca o de cisne. Y cuando Raimundo de Lusignan, despreciando su juramento, le descubre su secreto es abandonado por ella que desaparece para siempre, dejándolo con su hijo, sin un solo grito.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ISLA ERICIA.

Estaba ubicada cerca de Gades (en Cádiz), cuando aún no era España. Reinaba allí el gigante Gerión. En Ericia, Gedión criaba bueyes rojos y tenía un magnífico rebaño de ellos. Su ubicación se conoce porque profanar Ericia y robar el rebaño de bueyes rojos fue uno de los doce trabajos impuestos por Euristeo, rey de Peloponeso, a Hércules. Para llegar a la isla el héroe paso por un collado paralelo al de Valcarlos, en que se halla una torre muy antigua, aparentemente de tiempos neolíticos, llamada Fuerte Urucles. Desde allí alcanzó la costa atlántica de la península ibérica, probablemente hacia el sur en la región de Cádiz, cerca del lugar donde más tarde estuvo la floreciente colonia fenicia de Tartessos, junto al Guadalquivir. Hércules no era marino ni poseía navío, así es que exigió al sol que le cediese la barca en la que iba cada noche hacia occidente. En el trayecto fue molestado por las olas atlánticas, pero, llegado a la isla aplastó a los gigantes guardianes, regresando luego con bueyes rojos que trasladó desde Ericia, de la que nunca más nadie habló.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES.

La tradición africana sitúa dicho jardín a unas quince leguas de Tánger, cerca de la antigua Lixus, donde, en la actualidad, se halla la ciudad de Tánger, que tiene un parque municipal llamado Jardín de las Hespérides. Cuando se viene desde Tánger el jardín se ubica separado de Lixus por un ensanchamiento del río Lucus que forma unas marismas reducidas hoy día. Se dice también que fue plantada la maravilla por tres reinas de tres tribus que residían en el extremo occidente: una negra, Hesperetura; una roja, Eritia, y una blanca, Egle. Son las Hespérides, “las que hicieron aquel jardín famoso donde crecen árboles cuyos frutos son de iniciación y, si bien no puede hacer el hombre similar a los dioses, por lo menos le permiten acercárseles”. Antes de Paracelso, ya se habla que el lugar custodiaba tres manzanas, “los 3 estados alquímicos de la materia negra, de las que han salido las dos piedras del blanco y del rojo”, algo que esta demostrado (y la explicación sobrepasa mis conocimientos), desde la primera receta afectiva para hacer oro, aunque, se sabe, el secreto que guardaba el jardín de las Hespérides no tenía allí ninguna aplicación, dado que era un mundo esencialmente vegetal, donde los metales no poseían valor alguno, aunque se pudiera, por las aleaciones verdes hacer cualquiera, hasta los más precisos de fórmula como el oro.
De aquí que generalmente el Jardín de las Hespérides contiene dos significaciones determinadas: la de “jardín cultivado por mano humana” y la de “lugar del saber” de acuerdo al rescate del lugar en el mito griego, el jardín está en el Monte Olimpo de la antigua Grecia. Su particularidad es que allí crece el árbol de las manzanas de oro. Que se sepa, el primero en salir en su búsqueda fue Herakles conocido entre nosotros como Hércules, por mandato de los dioses la personificación de la fuerza física y fundador de los Juegos Olimpicos. La antigua Grecia sentía veneración por las hazañas de Herakles y desde Tebas y Argos le veneraban; se decía que lo engendró el propio Zeus, con el propósito de encontrar un protector tanto para los seres humanos como para los inmortales. Es así como prueba de iniciación, se le encomiendan doce trabajos: uno de ellos es llegar al Jardín de las Hespérides, que eran hijas de Atlante y Herperis y custodiaban el árbol de las manzanas de oro que, dentro del Jardín, se encuentra el extremo occidental más allá del río Océano. Herakles acude a Nereo, el dios de las profecías como para que le indique la forma de cruzar al lugar; al llegar, debe enfrentar al guardián: el dragón Ladon, hijo de Equidna, de múltiples cabezas feroces, acabando con él. Recoge entonces uno de los dorados frutos y lo ofrenda a la sabia Atenea que, al final, lo restituye a su lugar de origen: el árbol de la ciencia. Se dice que hoy en día este hermoso sitio lo vigilan un hijo dragón de Ladon y dos mujeres hijas de Atlas, que las antiguas tradiciones griegas piensan tan fuertes como su padre, que podía levantar la tierra sobre sus espaldas.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

TIR-NAN-OG.

Tir-Nan-Og, la Tierra de la Juventud, situada en la isla de Erin de los pueblos celtas, sabemos del sitio por el “Libro de las invasiones” o “Lebar Gebala”, que menciona una serie de ciclos sobre el origen y peripecias de los pueblos célticos de Irlanda. Esta obra, que se escribió hacia el siglo XVI, recoge parte de la tradición oral, indicando que Irlanda fue poblada en principio por la reina y maga Cessair, pero poco después toda su gente pereció. Tras una serie de nuevas razas comandadas por individuos dedicados a la guerra, como el Príncipe Partolón, que dirigía a los “hijos de Nemerd”. Hasta que desde las islas del Oeste llegaron los Tuatha de Dannan, que era de raza divina y practicaban la magia. Ellos hicieron la isla siempre joven y legaron varios talismanes, como la “piedra de Fal” que gritaba al sentarse en ella el legítimo rey de Irlanda. Pero los de Dannan tuvieron pronto serios competidores, provocándose serias guerras que terminaron por obligarlos a marcharse; en el último combate se negoció un armisticio por el cual los Tuatha de Dannan cedieron la isla milagrosa, que se ocultó entonces, y partieron al país de “más allá”, no exigiendo mayor compensación que ceremonias de culto y sacrificios a su memoria.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

MAG MELO.

Mag Melo, el Llano de la Alegría es una región en el confín del mar occidental, donde buscaron refugio los de Dannan al abandonar Irlanda; allí es donde habían de instalarse imponiendo su magia: los siglos se cuentan por minutos, sus habitantes nunca envejecen, sus praderas están cubiertas por flores eternas y en lugar de agua, por los ríos corre hidromiel; los guerreros tiene comida y bebida maravillosa y sus compañeras son de rara belleza. Este paraíso céltico posee puntos notables, según Diodoro de Sicilia, como el Avallon, la Isla de las Manzanas, donde reposan los grandes héroes difuntos.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

CAMPO DE LA SATISFACCIÓN.

Las primeras alusiones al lugar se hallan en la colección de textos dedicados al juicio en el más allá conocida como “Libro de los muertos”, escrito en Egipto hacia el año 1600 antes de nuestra Era. En el sitio reina Osiris y es paso obligado para todos los difuntos que son conducidos a la presencia del dios, situado en su trono al fondo de una inmensa sala denominada de la “doble justicia”: en una balanza de grandes dimensiones alguien del séquito de Osiris, la diosa Maat, divinidad de las verdad y justicia, pesará el corazón del difunto, tras ser examinada su conciencia en determinados puntos por parte de unos jueces con forma semihumana. Tras el “pesaje del alma”, y si la balanza quedó equilibrada, Osiris le dará paso a su reino, donde la existencia continúa con satisfacción.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

HADES, TARTARO.

El Hades, Tártaro o Paraíso de las Profundidades, está ubicado en el interior de la Tierra y allí se dirigen los héroes caídos. El sabio Hesíodo en su “Teogonía” narra que Cronos reside en Tártaro, desde que fue vencido por Zeus en una batalla junto a los Titanes. En la “Ilíada” y la “Odisea” tal lugar es denominado por Homero “Hades”, que se diferencia del “Tártaro” en cuanto a que este último se encuentra a mayor profundidad. Dice Homero que la distancia entre ambas regiones es tan grande como la que media entre la Tierra y el Hades. El lugar está cerrado con puertas de bronce, que también retienen a los que han cometido algún crimen contra los dioses; está rodeado por una triple muralla que es recorrida por un río, y cada tanto se ven engrilletados los gigantes como Ticio, que es comido por buitres; Tántalo, con hambre y sed perpetuas; Ixión, atado a una rueda de fuego que gira por los aires...
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ELISEO.

No se sabe en qué parte de Grecia se encuentra, pero se dice que allí no existe ningún tipo de inclemencia ni dolor. En el lugar reina una dicha y belleza permanentes que en principio se reservaba a los dioses, pero después se hizo extensiva a los vencedores olímpicos y las almas justas.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

ZEND-AVESTA.

Es una región ubicada en la zona ocupada por los pueblos indoiranios, donde se produce una “existencia mejor”, literalmente el lenguaje persa “vahista ahu”. Un fragmento de los textos de carácter litúrgico del “Avesta”, colección de escritos sagrados dictados por Zoroastro en el siglo VII antes de nuestra Era, dice: “Adoramos los radiantes ámbitos de Asa (la verdad), donde moran las almas de los muertos... Adoramos la existencia mejor de los asavanes (poseedores de la verdad), luminosos y dueños de todas las cosas gratas” (Yasna, 16,7). El zoroastrismo contempla que el difunto después de permanecer tres días inmóvil, su espíritu atraviesa el puente “Cinvat”, sometiéndose a la pesada de sus obras por el justo Rasn: los hechos positivos se le presentarán en forma de una bella mujer; y si vence en la balanza accederá a la luz eterna del Zend-Avesta, en caso contrario, jamás nunca conocerá el sitio ideal, del que poco más se sabe porque quienes han llegado nunca quisieron volver a su lugar de origen.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

SHAMBHALA, AGARTHI.

Ubicado en el fondo de la Tierra, sobre la existencia de este lugar magnífico hay innumerables creyentes en el siglo XX. La mayor parte de creencias y cultos religiosos del antiguo Oriente -desde el hinduismo hasta las creencias de Budah y las propias manifestaciones de la Tradición- hacen mención específica de un reino material utilizado por el cónclave de filósofos e iluminados espirituales como punto de origen desde el que aplican su actividad al resto del orbe. No se sabe con precisión la ubicación del sitio bajo tierra, pero algunos investigadores contemporáneos como Robert Ernst Dickhoff que publicó en 1951 una obra titulada “Agharta”, afirman que se extiende bajo la superficie a partir de la Antártida y conecta las regiones subterráneas de Estados Unidos, Brasil, el Tibet y las islas del Pacífico: él afirma que sus constructores son los mismos que habitan allí, los venidos del planeta Marte cuando éste se hizo inhabitable hace ochenta millones de años. Según otros, ésta región coincidiría con un santuario ubicado en las montañas de Tien-Dhan o “Montañas celestes”, desde antiguo considerado como lugar sagrado. La tradición difundida por los ocultistas del siglo XIX indica que la ciudad profunda, desde la cual se rigen los destinos del hombre y donde se reconoce la verdad como única fuente de vida, es la residencia del llamado “rey del mundo”, el “todo poderoso de todos los reyes de la Tierra”, que suele aparecerse en los países de la superficie terrenal cada cierto tiempo, según quienes le han visto.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
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ARIKHA.

Se sabe que es una ciudad a la que no se puede llegar por propia voluntad. Quien va a Arikha, es porque ha sido invitado. Emerge de la arena del desierto de Atacama en el norte de Chile sólo en momentos marcados. Quienes la han visto a lo lejos dicen que es puro granito y mármol. Un vecino de Atacama don Optaciano Villalobos, dice: “Estas arenas son como olas en el mar. El desierto no es. Cambia siempre. Hace muchos años, en una época de grandes temporales vieron emerger por primera vez, hacia el corazón del desierto, una ciudad con grandes bastiones. Era como una fortaleza en que todo estaba conservado. A los pocos días volvió a desaparecer y hoy nadie sabe dónde está. Dicen que es como un organismo vivo, como el cosmos, como cada hombre; un organismo intelectual-espiritual. Que desde que se ve amenazado por un invasor pone en juego sus poderosas defensas, y desaparece como en olas, como en olas del mar, que así son estas arenas.”
© Waldemar Verdugo Fuentes.

PARDES.

Está ubicado en el centro de este mundo que el simbolismo tradicional compara con el corazón, centro del ser y residencia divina espiritual suprema que en India se nombra Brahma-pura, y en Israel, Mishkan: “habitación de Dios”. Se dice que el Pardes está sostenido por dos columnas: la columna de la derecha es el lado de las misericordias (que son varias o una), y la columna de la izquierda es el lado de la severidad; la columna de las misericordias se identifica con la paz y la columna de la severidad con la justicia. Estas misteriosas columnas que sostienen a Pardes le confieren otro de los nombres que se le da: Beith-Din, que denomina a cualquier otro sitio constituido a su imagen y que puede describirse simbólicamente como un templo (aspecto sacerdotal, correspondiente a la Paz) y como un palacio o tribunal (aspecto real correspondiente a la justicia). En relación a la ubicación en el corazón mismo del hombre, autores como San Agustín dicen que la mano derecha representa del mismo modo a la misericordia o a la bondad, mientras que la mano izquierda es el símbolo de la justicia. Se dice que de Pardes salen cuatro ríos que se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales. Para los judíos el sitio se identifica con el monte de Sión, al que dan el nombre de “corazón del mundo”; para ellos en cierto modo, se convierte así en el equivalente del Meru de los hindúes o del Albor de los persas. Entre los samaritanos, es el monte Garizim el que juega el mismo papel, recibiendo otras denominaciones como las de Montaña Bendita, Colina Eterna, o Monte de la Herencia. Poco más se sabe de Pardes. Sólo que este lugar nunca se ha perdido: permanece hasta ahora, pero oculto.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

REINO DE MIDE.

Está ubicado en el centro de Irlanda, país en que se le suele rendir memoria con un montículo formado con la tierra de cinco regiones del país coronado con una piedra, que corresponden a los cuatro puntos cardinales y la piedra al eje del mundo, elevado en el centro de la propiedad. Al parecer recuerda otro tiempo, cuando Irlanda estaba dividida en cinco reinos, de los cuales uno llevaba el nombre de Mide, que corresponde a la antigua palabra celta “medion”, nuestro “medio” del latín “medius”. Este reino de Mide, formado desde siempre con porciones tomadas de los territorios de los otros cuatro, se transformó en el patrimonio propio del rey supremo de Irlanda, cuyo nombre no se puede pronunciar y al cual se subordinan los otro reyes. Se sabe que la capital del reino de Mide es Tara, que en sánscrito significa “estrella”.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

OGYGIE.

Es una comarca mucho más septentrional que la ocupada por el rey supremo de Irlanda en Mide. Hay quienes la confunden con Thulé y Erin, pero solo Ogygie tiene una entrada directa al camino subterráneo que va a Tara, la estrella. La ruta a Ogygie es hoy desconocida, desaparecida tal vez. Se dice que en la antigüedad muchos maestros fueron a aprender a Ogygie. Se dice en China que el Emperador Yao encontró allí maestros verdaderos que practicaban el desapego en la actividad: hacían las cosas como si no las hicieran. Colocados en el centro de las cosas, ya no participaban en el movimiento de las cosas sin dejar de estar en movimiento, no lavaban las plumas del cisne cada mañana ni le pintaban de negro las alas del cuervo: dejaban a lo blanco y lo negro en su estado natural. Para limpiar el agua la dejaban que sola se aquietase, sin moverla para que las partículas malas se vayan al fondo. Esta no intervención la aplicaban a todas las cosas en manera radical, centrándose en su trabajo: eran ciertamente grandes hacedores porque dejaban ser las cosas. El Emperador Yao reinó en el año 2356 antes de la era cristiana. Por lo que, al menos, se sabe que en esa época ya existía Ogygie.
© Waldemar Verdugo Fuentes.